TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 MOTIVOS PARA IMITAR LA ABNEGACIÓN DEL CORAZÓN DE JESÚS

La santa costumbre de renunciar a nosotros mismos, a nuestros gustos particulares y sujetarnos al beneplácito divino produce en el alma efectos muy saludables. Arrancando de nuestro corazón las malas inclinaciones y las faltas cotidianas que interceptan la luz divina, facilita las MIRAS SOBRENATURALES, obliga nuestra VOLUNTAD y la hace constantemente dócil a las gracias del Espíritu Santo. Así como los pecadores que siguen sus malos apetitos se hacen esclavos de ellos, así el alma fiel, al practicar la abnegación, se desprende de si misma y se sujeta por entero al la voluntad del Creador.

Únese estrechamente al Corazón sagrado, porque la unión de DOS CORAZONES se estrecha más teniendo los mismos sentimientos, afectos y deseos. La abnegación nos mueve a renunciar a las inclinaciones personales para no querer sino lo que agrade a Jesús. ¡Qué hermosa es la unión de un alma que, muerta a sí misma, vive únicamente por Cristo! el alma, al mortificar los vicios, se renuncia, más apta se hace para recibir la gracia divina y corresponder a ella fielmente. Síguese de aquí que el morir a nosotros mismos es la medida de nuestra vida sobrenatural y más de la unión con Nuestro Señor Jesucristo.

Desde cuántos años seguimos sin enmendarnos de TAL DEFECTO, que solo nos proporciona amarguras, remordimientos y arideces; por su culpa hemos perdido tesoros de gracia y nos hemos estacionado en el camino de la santidad. ¿Por qué no sacrificarnos hoy a Jesús la inclinación a la pereza, los hábitos de disipación, las amistades demasiado mundanas, las lecturas frívolas, la tendencia a criticar del prójimo, a quejarnos y a descorazonarnos ante las dificultades? Todas estas miserias espirituales no solo perjudican al progreso, sino también a la paz del alma, sin dejarnos gozar de la verdadera felicidad.

¡Oh Jesús mío! dame el valor que necesito para cumplir con el deber, abrazándome a él generosamente, a pesar de las dificultades, a pesar de las repugnancias. Por tus méritos divinos y por los de tu santísima Madre, infúndeme verdadero espíritu de renunciamiento, que me dulcifique las penas de la vida, haciendo que las espinas que huellan mis pies en este valle de lágrimas se transformen por TU GRACIA y por MI PANCIENCIA en espléndidas rosas del jardín celestial

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