12 DE JULIO

 EL SERVICIO DE DIOS

La felicidad del siervo depende de la BONDAD del amo. No hay amo que pueda compararse con Dios, que permite que le llamemos PADRE NUESTRO y que, en efecto, lo es. Nada iguala la caridad que tiene con nosotros. Toda su actividad en este mundo, la acción de su Providencia, está empeñada en hacernos bien.

Si Dios nos prohibe el PECADO, es porque lo considera como el mayor de todos los males y lo más opuesto a nuestra paz interior, y si nos manda practicar las VIRTUDES, es porque son a sus ojos los medios más eficaces para hacernos felices no solo en la otra vida, sino también en ésta. Quiere que soportemos con PACIENCIA todas las penas, porque la resignación las dulcifica y hace meritorias, y nos recomienda la ORACIÓN y los SACRAMENTOS, porque son fuentes inagotables de luz, de fuerza y de consuelo. No pueden, por tanto, ser más verdaderas estas palabras del divino Maestro: "Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el reposo para vuestras almas; porque suave es mi yugo y ligera mi carga. (Mt. 11, 29-30)."

No hay duda, el servicio de Dios aparentemente es austero: es serio, exige recogimiento, alejamiento de los placeres peligrosos y práctica de la mortificación de sentidos y pasiones; pero esas apariencias que asustan a los mundanos encubren alegrías y suavidades inefables. Para comprender este misterio hay que entrar resueltamente en la sólida piedad, porque Dios se comunica a nosotros y nos hace participes de su felicidad, según la medida de nuestra fidelidad. El que da poco, recibe poco; pero los corazones con los que aman a Dios por entero rebosan dichas y dones celestiales. 

Examinémonos y veamos qué nos impide pertenecer totalmente a Jesús. ¿Es quizá la vanidad, el amor a lo terreno, el deseo de ser apreciados? ¿Es acaso la afición a los placeres caducos, a la vida cómoda, ociosa y sensual? Para servir a Dios con verdadero fervor debemos ejercitarnos en la oración, en la vigilancia, en la abnegación, bajo la dirección de la gracia divina y la de los que están encargados de dirigirnos en el espíritu.

¡Oh Jesús mío! ¡Qué feliz soy en tu servicio! Pero aún lo sería más si te fuera más fiel y supiera desprenderme totalmente de cuanto a ti no se refiere. Por intercesión de tu Santísima Madre, deslígame de mi mismo y de las criaturas. Y si todavía no sé amar la pena y el dolor a la manera de los santos, no permitas que huya siempre del trabajo, del cansancio y del sufrimiento en el cumplimiento de mis deberes.

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