17 DE JULIO

 HUMILDAD DE MARÍA

La Virgen María fidelísima en el gran misterio de la Encarnación del Verbo, se TURBÓ, no porque se sintiera humillada, como suele pasar con las demás criaturas, sino por las ALABANZAS que le dirigió el mensajero celestial. Embajador de la Verdad increada, el Arcángel Gabriel habló en nombre de su Señor, y, sin embargo, presa de santo temor e inefable angustia, la virgen humildísima se sintió llena de turbación por el discurso del ángel.

Después de haber concebido en su seno al Verbo divino, al Dios anonadado, se puso en camino para Hebrón, con el deseo de rebajarse y de SERVIR a su prima Isabel, que le era en todo inferior. Es el primer efecto que obra la humildad, hacernos amar la sujeción, aun a aquellos que nos deben toda clase de respetos. Fue poco para Virgen tan humilde haberse proclamado sierva del Creador; quiso ser también la sierva de todas las criaturas.

¡Con qué cuidado OCULTABA María las gracias, dones y privilegios con que había sido enriquecida! Feliz a los ojos de Dios, quiso pasar su vida escondida y humillada.

"En parte ninguna se lee, escribe San Alfonso María de Ligorio, que la Virgen apareciera en Jerusalén cuando su Hijo entró triunfante en esta ciudad; pero no temió seguirle HASTA EL CALVARIO y darse a conocer como la madre de un reo condenado a morir muerte tan infame. y se vio a María COMPARTIR con su Hijo amado los ultrajes, las burlas, los sarcasmos que le prodigaban los sayones. Lejos de retroceder ante la humillación, SE EXPUSO con valor a las burlas de los fariseos, a los gritos y denuestos del populacho, a los malos tratos de soldados y verdugos. ¡Oh prodigio de humildad! La Reina de los Santos se obligó a acompañar al suplicio a a aquel a quien los príncipes de la nación llamaron seductor, blasfemo, mago, poseído del demonio, y se complacía viéndose desdeñada, injuriada y escarnecida con él y como él.

La conducta de la Virgen debiera confundir NUESTRO ORGULLO y vanidad. A veces deseamos ser humildes, pero quizá con miras a alcanzar los honores de la sincera humildad, no por el deseo de las humillaciones que la forma y conservan en nosotros. Pidamos con insistencia a la Reina de los cielos que nos conceda esta virtud, y para ello la gracia de abrazarnos con cuanto nos humilla. Propongámonos rezar un GLORIAPATRI siempre que se aplique algún remedio a la llaga de nuestro orgullo y amor propio.

¡Oh María, la más humilde de las criaturas! Yo, con todos mis pecados, estoy lleno de vanidad y amor propio; tú, en cambio, la inocencia misma, te humillas y te turbas. dígnate, pues, oh Madre mía, concederme: 1º amor a la vida ESCONDIDA, ignorada y olvidada; 2º fuerza para guardar HUMILDE SILENCIO siempre que sea reprendido, contradecido, desechado, vilipendiado, burlado, ridiculizado.

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