20 DE JULIO

PRUDENCIA O DISCRECIÓN

Para mejor practicar la virtud de la prudencia, que tan indispensable nos es, habremos de evitar con gran cuidado, lo primero, el exagerado APRESURAMIENTO NATURAL, que turba la razón, agitando el corazón. La fiebre de satisfacer un deseo, la inquietud de un temor, de una aprensión, nos quita la tranquilidad necesaria para razonar como es debido, nos impide discernir lo verdadero de lo falso, los instintos de la naturaleza de las inspiraciones de la gracia, lo último de lo nocivo para nosotros o para el prójimo. Por causa de tal impaciencia excesiva se cometen con frecuencia indiscreciones en hablar o en obrar, que hieren la caridad, no obstante cierta buena intención; y también se pierde el tiempo que se emplea en actividades mal reglamentadas, y que, por tanto, resultan inútiles o sin el debido provecho para nuestra alma.

Este defecto, tan opuesto a la prudencia conduce a otro, llamado por Santo Tomás IRREFLEXIÓN. Al dejarse influir por los sentidos, la imaginación, el sentimiento, los deseos, los temores, las alegrías y las penas, el alma irreflexiva sigue su primer impulso, se equivoca, tropieza y cae en exageraciones que suelen tener funestas consecuencias para ella misma y para los demás. Su vida interior sufre de resultas, porque este desatino habitual impide el recogimiento, y en semejante estado el alma en nada puede profundizar, ni siquera en las cosas que atañen a la salvación.

De este segundo defecto nace un tercero, indicado ya por Santo Tomás, que es la INCONSTANCIA. Si ésta no nos impide formular buenos propósitos, nos da más tarde ocasión de lamentar y deplorar la ligereza con que los hemos olvidado o quebrantado. No fueron así los santos: "Cuando he tomado en serio una resolución decía San Alfonso de Ligorio, no me vuelvo atrás." -Y nosotros, ¿no obramos de muy distinta manera? Tomamos con la mayor facilidad las más generosas resoluciones, pero con la misma facilidad dejamos de cumplirlas.

Podremos remediar estos defectos sirviéndonos del instinto natural, que nos mueve a obrar en todo con cuidado, reflexión y ponderación cuando sabemos que nos están OBSERVANDO. La fe nos enseña que estamos siempre ante las miradas de Dios. ¿Qué verdad podría, con más fuerza que ésta, obligarnos a cumplir nuestros deberes con mesura, circunspección y constancia? Digámonos, pues, TODAS LAS MAÑANAS, y de vez en vez durante el día: Dios infinitamente santo, mi Juez y mi Padre, está aquí presente, me ve y me contempla. ¡Cuán intachables deberán ser, pues, mis intenciones, mis palabras, toda mi conducta!

¡Oh Señor mío amadísimo! Desde éste momento tomo la firme resolución de vivir en paz, tranquilo, recogido, fiel a las inspiraciones de tu gracia, para que todas mis acciones estén siempre dirigidas por tu sabiduría y tu consejo; para que obre yo sin desfallecer, siguiento las reglas de la prudencia cristiana. Concédeme este favor, que te pido por los méritos infinitos del Verbo encarnado y por los de María, su dulcísima Madre.



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