21 DE JULIO

SENCILLEZ CRISTIANA

"La sencillez, dice San Gregorio, modera la astucia de la serpiente." Sin ella, la prudencia corre peligro, según dice San Remigio, de no ser moderada y de pecar por exceso. Nunca prefiere sus propios intereses a la gloria de Dios y al bien del prójimo. Ignora los rodeos, detesta la mentira y AMA LA VERDAD. No sabe negar sus errores ni disfrazar sus faltas, que confiesa ingenuamente cuando se presenta la ocasión. El alma verdaderamente sencilla no se preocupa de lo que digan o piensen de ella, porque no le inquieta la opinión de los demás, y no se detiene a pensar en si es o no estimada o en si no le guardan las debidas consideraciones, porque su único pensamiento y el único objeto de sus desvelos es agradar siempre a Dios.

De aquí que la PAZ jamás abandona su corazón. Siempre y en todas partes igual a sí misma, vive interiormente como si estuviera sola con Dios en la tierra, y no tiene las preocupaciones que tanto agitan a los mundanos, a los orgullosos, a los ambiciosos y a los hombres engreídos de sí mismos. Las miras de estos son bajas e interesadas y emplean mil ardides para lograr sus fines. El alma sencilla, por el contrario, no sabe de cábalas, de cálculos ni de simulaciones, y todo para ella se reduce a esperar a Dios, confiar en su sabiduría y abandonarse en sus manos.

Por eso dice la Escritura: "Quien anda con sencillez, anda seguro (Prov. 10, 9)." Y ¿cómo podría no ser así? El alma sencilla camina tranquila y llena de CONFIANZA; no se cansa de pesar y medir sus palabras, deseos y acciones; atenta, discreta, caritativa sin fingimientos, en todas partes está a gusto. Evitando recuerdos inquietantes del pasado, que solo sirven para intranquilizar, nunca para aumentar el fervor ni la pureza, vive como un niño, y llena de buena voluntad, fiándolo todo a la observancia, deja a sus directores espirituales, según las palabras de San Pablo, que velen por ella, pues ellos habrán de dar cuentas a Dios (Hebr. 13, 17). -Por eso JAMÁS ESTÁ TRISTE ni disipada, y siempre se la verá contenta y feliz, servicial con todos y olvidándose de sí misma para ocuparse de cuanto concierne a sus obligaciones.

¡Oh Jesús, oh María! Hacedme partícipe de los saludables efectos de la rectitud y sencillez evangélica, concediéndome: 1º noble SINCERIDAD, que aleje de mis sentimientos todo disimulo y malicia y me ayude a confesar ingenuamente mis faltas; 2º profunda PAZ, nacida de la sinceridad del corazón que busca a Dios solamente; 3º entera CONFIANZA y perfecto ABANDONO en las manos de la Providencia divina, fuentes de la alegría espiritual, que es el pago en la tierra de los hijos de Dios y fruto de su amor filial. 

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