22 DE JULIO

 SANTA MARÍA MAGDALENA, PENITENTE

El amor que purificó a Magdalena la ENCADENÓ para siempre a Jesús. Por eso seguía a su divino Maestro cuando iba predicando su doctrina, por eso se ocupaba de cuanto necesitaban él y sus discípulos.

 ¡Cuánto padeció su corazón durante la Pasión! Lejos de abandonar al Señor, no se separó de él, y, más valerosa que los mismos Apóstoles, de su amor sacó FUERZAS para exponerse a las amenazas de los soldados y de los verdugos. Como la Virgen María y el discípulo amado, subió al Calvario y permaneció en él durante la cruel agonía del Salvador, sostenida por su caridad. ¡Con cuánto dolor le oiría quejarse de la sed sin poder aliviarle! ¡Cómo se desgarraría su corazón al verle expirar!...

¡Oh Santa amantísima del Redentor! ¡Cuán NOBLES serían los SENTIMIENTOS que formó en tu alma el amor divino! El Domingo de Pascua, despertándote antes que la aurora, ese mismo amor te llevó a la tumba de Cristo, y allí, absorta en el pensamiento de tu Amado, les preguntabas a todos: "¿Dónde está?, ¿dónde le habéis puesto?", como si, enamorada como tú, la gente solo pensara en Jesús. Trae siempre a mi imaginación el recuerdo del Salvador cuando trabajo, cuando me ocupo en mis quehaceres y en todas mis conversaciones. Que todo me hable de él, que ningún discurso me agrade si no oigo pronunciar su nombre; que mi vida entera se consuma sin cesar en su amor y servicio.

A ejemplo de Santa María Magdalena, apliquémonos afanosos a la ORACIÓN. En ese horno fue donde ella, tan amante de Jesús, se inflamó en llamas de divina caridad, sobre todo después de la Ascensión. Entonces siete veces al día se sentía arrebatada en éxtasis y embriagada en el destierro con las alegrías de la patria celestial. -¡Cuánto crecería nuestro amor a Jesucristo si orásemos seria y constantemente! Si contemplamos con Magdalena al Señor predicando e instruyendo a los pobres, sanando a los enfermos, fatigado de sus viajes y pasando en oración noches enteras, ¿podremos negarle nuestro amor sin reservas? Y al contemplarle sobre todo cubierto de sangrientas llagas, coronado de espinas y clavado en la cruz por nuestra salvación, ¿no se conmovería nuestro corazón hasta el punto de darnos a él, fieles hasta la muerte?

¡Oh Jesús, oh María! Haced que tales sean los efectos de mi oración; ellos serán capaces de santificar mi alma. Infúndeme espíritu de compunción y de fervor, amor al recogimiento y a la oración, constancia en la abnegación del servicio de Dios y fidelidad a la gracia.

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