10 DE AGOSTO

 SAN LORENZO, MÁRTIR

"La paciencia perfecciona la obra", dice el apóstol Santiago (Sant. 1, 4); y San Lorenzo con ella demostró su santidad, porque en él esta virtud fue singularmente heroica. ¡Cuánto tuvo que padecer en su martirio! Después de haber sido flagelado, le dislocaron los huesos, le rompieron las carnes y con látigos de puntas aceradas le azotaron cruelmente. El se mantenía tranquilo en medio de tan terribles suplicios, y, manso como un cordero, no dejó que sus labios exhalaran la menor queja y se consolaba pidiendo al Señor que pronto le llamara a su lado.

Pero una voz del cielo le anunció nuevos tormentos. El santo Diácono, en vez de asustarse y de suplicar al Salvador que le librara de nuevas torturas se sintió feliz al considerar que iba a sufrir más por su divino Maestro, y con mayor ardor aún se proclamaba cristiano y confundía a sus perseguidores y verdugos. le rompieron con una piedra las mandíbulas, y extendiéndole sobre unas parrillas, comenzaron a asarle a fuego lento. Pero, como dijo San Agustín, el amor sagrado que consumía su corazón era mucho más intenso que el fuego que devoraba sus carnes, por eso puedo decir aquellas impresionantes palabras: "Cocido está ya este lado; da la vuelta y come." Y lleno de alegría, pensando en Cristo, sufrió hasta morir en el tormento.

¡Oh, si nosotros tuviéramos siquiera una centella de su amor invencible, qué grande sería nuestra resignación! Pero, desdichadamente, no sabemos abnegarnos por Cristo, y no nos penetramos bastante del valor del sufrimiento, por lo que nos quejamos con tanta facilidad, y no sabemos soportar ni la menor contrariedad ni la más ligera contradicción. Hasta desfallecemos fácilmente con las fatigas inherentes al trabajo cotidiano o con las enfermedades, las aflicciones y los dolores que son herencia de la condición humana. Cualquier dificultad en nuestros asuntos, cualquier pequeña contrariedad, es suficiente para impacientarnos e intranquilizarnos. ¿Qué sería de nosotros si, como Jesús y los mártires, tuviéramos que sufrir oprobios, malos tratos, y fuéramos como ellos abofeteados, torturados y condenados a morir del nodo más ignominioso?

¡Oh Dios mío!, con frecuencia repito "que te amo más que a mí mismo", y, sin embargo, en cuanto me dicen una palabra desagradable te ofendo por mi acritud, mi impaciencia y mis quejas. ¡Oh Jesús, oh María! os ruego que, como a san Lorenzo, me hagáis dulce, resignado y caritativo, para que pueda gustar, lo mismo que él, de perfecta paz aun en medio de las dificultades y de las pruebas más sensibles de esta vida.

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