11 DE AGOSTO

LA DULZURA, HIJA DE LA HUMILDAD 

"Vivid siempre alegres; orad sin intermisión; dad gracias por todo al Señor, porque esto es lo que quiere Dios que hagáis todos en nombre de Jesucristo (1 Tes. 5, 14-18)." Nos parece indicar con estas palabras el apóstol S. Pablo los medios para conservar el alma apacible y tranquila.

VIVID SIEMPRE ALEGRES nos dice. Con frecuencia la ira, la impaciencia, la acritud, nacen en nosotros de la tristeza habitual de que nos dejamos dominar. La alegría espiritual, al dilatar el corazón, destierra de él la pena, el mal humor, el capricho; hace que con facilidad nos adaptemos a la voluntad de los demás y que no demostremos resentimiento cuando se nos contraría.

LA ORACIÓN CONSTANTE, de la que habla el Apóstol, nos alcanzará las luces espirituales necesarias para conducirnos con prudencia, la unción de la gracia que dulcifica el carácter, la suavidad del corazón que nos hace hablar y obrar, en todo tiempo y con todos, siguiendo por modelo a Jesús, el más dulce de entre los hijos de los hombres.

EL AGRADECIMIENTO, que menciona San Pablo, nos ayuda también a practicar la mansedumbre, porque al considerar las tiernas y constantes atenciones que con cada uno de nosotros tiene la Providencia divina, ¿Quién no se sentirá conmovido? Y entonces, ¿Cómo podremos ya ser duros, desconsiderados y sin compasión con los demás? La paciencia de Dios para soportar nuestras faltas, defectos, imperfecciones y aun las grandes ofensas cometidas contra él, ¿no nos avergüenza cuando osamos enfadarnos, nos irritamos contra el prójimo o le guardamos rencor, después de haber sido agraviados por él?

¡Oh Jesús!, que sufriste en silencio, durante tu PASIÓN, el escarnio, los malos tratos, las burlas de tus criaturas, inspírame paz y bondad para soportar todo aquello que mortifique mi orgullo y amor propio. Bajo la protección de tu dulcísima Madre, tomo las siguientes RESOLUCIONES: 1ª soportar siempre con dulzura y caridad las flaquezas de mis semejantes; 2ª sufrir apaciblemente todas las contrariedades que me vengan del prójimo, poniendo gran cuidado en no mortificar a nadie por mi parte.

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