12 DE AGOSTO

 SANTA CLARA

El Señor quiso premiar la pobreza de Santa Clara colmándola de ventajas y FAVORES. Varias veces se multiplicaron milagrosamente el pan y el aceite necesarios para la vida de la comunidad. Pudo contemplar al niño Jesús acostado en su humilde pesebre, y fue protegida por Dios de modo especialísimo cuando los sarracenos de Federico II quisieron asaltar el convento. Llevó durante cuarenta y dos años vida de durísimas privaciones, en los que jamás pronunciaron sus labios la más leve queja; antes por el contrario, siempre REBOSABA DE ALEGRÍA SU CORAZÓN. Santa Clara aseguraba poco antes de morir que ninguna pena, ninguna penitencia le había parecido difícil de soportar, como tampoco le resultaba desagradable la enfermedad; siendo su testimonio una prueba de que el alma enteramente desprendida, que tiene a Dios por único amor, participa ya en la tierra de la felicidad completa de Dios.

Por eso, Santa Clara MURIÓ entre celestiales delicias. De modo visible fue asistida por Jesús, por María y por una multitud de bienaventurados, que en aquellos últimos instantes extendieron sobre su cuerpo extenuado un tapiz de un precio inestimable, como para demostrar que la pobreza, con su compañera la pureza, son virtudes de muy subido precio ante el Señor. Aprendamos, por tanto, a despreciar los bienes terrenos y las satisfacciones de los sentidos, que de nada habrán de servirnos en el momento de la muerte, al paso que el pensamiento de haber preferido Dios a todo, lleva el corazón del moribundo la alegría y la dulzura de la esperanza.

EXAMINÉMONOS y veamos de qué manera practicamos la virtud de la pobreza. Decimos que no nos preocupa vernos privados de todo, pero ¡Cuánto nos quejamos en faltándonos alguna cosa, si no están las comidas aderezadas a nuestro gusto, si nos las sirven con retraso, dándonos lugar a ejercitar la paciencia que deben tener los imitadores de Jesucristo! Pensemos que aun careciendo de todo eso, siempre habremos de estar más cómodos que Jesús, quien de sí mismo dijo estas palabras: "El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza (Mt. 8, 20)."

¡Oh amable Salvador mío! Tú, que has querido descubrir a los hombres el tesoro escondido de la pobreza voluntaria, concédeme la gracia de buscarte a ti y de buscar únicamente los bienes que de ti dimanan. Poniéndome bajo la protección de la Virgen Inmaculada y de su fiel sierva Santa Clara, tomo las siguientes RESOLUCIONES: 1ª  examinar de cuando en cuando mi corazón, para ver si está apegado a las cosas terrenales; 2ª colocar en tu amistad y en tus méritos toda mi felicidad y esperanzas; 3ª repetir con frecuencia con el Rey Profeta: "¿Qué puedo yo apetecer del cielo ni qué he de desear sobre la tierra fuera de ti, Dios mío? Mi carne y mi corazón desfallecen, ¡Oh Dios de mi corazón, Dios, que eres mi herencia por toda la eternidad!" (Salmo 72, 25~26) 

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