13 DE AGOSTO

 LA HUMILDAD

Debemos practicar esta virtud en nuestras relaciones con Dios y con el prójimo. A nadie podría parecerle difícil anonadarse ante la GRANDEZA INFINITA de la Majestad soberana, del Dios tres veces santo, ante quien los ángeles se cubren el rostro con las alas, confesando que no son capaces de alabarlo dignamente. Todo nos abatirá a la mirada del Rey de los reyes; él es el Ser eterno y necesario, sin el cual nada somos. es la sabiduría, la fuerza, la riqueza por excelencia; a él todo le es debido y a él todo le pertenece. Nosotros solo somos ignorancia, debilidad, pobreza, y por nuestras propias fuerzas no podríamos jamás salir del abismo de nuestra miseria. Por eso decía Job: "¿Cómo se puede justificar el hombre comparado con Dios, o aparecer limpio el nacido de mujer? Ni aun la misma luna tiene resplandor en su presencia y las estrellas no están sin mancha a sus ojos. ¿Cuánto menos el hombre, que es todo podredumbre; el hijo del hombre, que no es más que un gusano! (Job 25, 4~6)." Al considerar esto, debiéramos decidirnos a ser dóciles y depender en todo del soberano dominio de Dios, poniéndonos en manos de su divina  Providencia. Y las palabras de Job también han de sugerirnos otros pensamientos, infundiéndonos respeto y deferencia hacia NUESTROS HERMANOS, templos vivos del espíritu Santo. Porque no sería consecuente confesarnos al orar, por viles y abyectos y, en cambio, en otros momentos, dejarnos llevar de nuestro afán de dominar a los demás, hablarles con altanería, reprocharles sus faltas y hacerles notar la superioridad de nuestro espíritu, talentos, cualidades y virtudes sobre las que tienen ellos. El fariseo que se creía superior a los demás, ¿no se convirtió por su orgullo en el último de todos? Esto mismo nos sucedería a nosotros si no practicáramos la humildad en nuestras relaciones con el prójimo.

Veamos, pues, si nos portamos CON TODOS con delicadeza y benevolencia, sentimientos que nacen de corazones sinceramente humildes, que no se preocupan de sí mismo, que, en cambio, saben abnegarse por los demás. ¿Nos alegramos de verdad del bienestar y de los éxitos del prójimo? ¿Soportamos con paciencia y dulzura las contradicciones, los desdenes, los malos modos y las faltas de consideración? ¿No hablamos con sequedad a los inferiores? ¿No los reprendemos con impaciencia y dureza?

¡Oh Jesús mío! Concédeme sentimientos semejantes a los de tu Corazón sagrado. Hazme, por tanto, caritativo y condescendiente con todos. Por intercesión de María, la más humilde de las criatura, te ruego que me otorgues: 1º humildad de PENSAMIENTO, para aprender a conocer mi propia nada, ignorancia, corrupción y la malicia de mis pecados; 2º humildad de CORAZÓN que me inspire saludable aversión hacia mí mismo, paciencia inalterable ante las vejaciones, burlas, frialdad y hasta las más humillantes afrentas.

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