14 DE AGOSTO

 EL TRÁNSITO DE MARÍA

Según San Andrés de Creta y San Juan Damasceno, los Apóstoles y una parte de los discípulos diseminados por diversos países se encontraron milagrosamente reunidos en Jerusalén, en la habitación donde la Virgen purísima expiraba. ¿Quién nos dirá la ternura con que esta Madre amantísima les daría SUS ADIOSES? Los que asistieron a esa escena, seguramente derramarían abundantísimas lágrimas.

Ya los ÁNGELES, deseosos de presenciar el feliz tránsito de su Reina, bajan de las alturas de los cielos, y Jesús mismo, atraído por los ardientes deseos de su Madre, se le aparece rodeado de un brillante cortejo de Tronos, Querubines y Serafines. En aquel mismo instante los Apóstoles, entristecidos, oyeron una preciosa melodía. El alma bendita de la Virgen se inundó de delicias, sobre todo en el momento en que, según San Juan Damasceno, se dio Jesús mismo a ella bajo las sagradas especies como Viático de su tránsito del destierro a la patria y del tiempo a la eternidad.

Esta fue la señal de la muerte de nuestra Madre: SU ALMA HERMOSÍSIMA, como blanca nubecilla del más puro incienso, se desprendió delicadamente del cuerpo virginal y alzó el vuelo, rodeada de coros de ángeles y sostenida por su Amado. Sigámosla y veámosla entrar en el cielo y perderse para siempre en Dios... Luego volvamos a su lecho de muerte; allí encontraremos a los APÓSTOLES afligidos, pero al mismo tiempo consolados por el olor de los perfumes celestiales, que se exhalaban de los restos mortales de su augusta Soberana. Admirémonos con ellos de cómo se muere cuando se ha sabido vivir únicamente para Dios.

¡Oh Virgen Santísima!, tu muerte ha sido la más dulce de las muertes y así tenía que ser, puesto que en el Calvario sufriste el más cruel de todos los martirios. También seremos nosotros consolados de esa manera en los últimos momentos de la vida, si sabemos abrazarnos con generosidad durante nuestra carrera mortal con penas, pruebas y sacrificios. ¡Oh Reina poderosa! te ruego me alcances las siguientes gracias: 1ª que logre vencer diariamente mis malas inclinaciones e instintos perversos, para no tener nada por purificar cuando me llegue la hora de volar de este triste destierro; 2ª recordar con frecuencia la siguiente máxima: "El placer de morir sin pena vale la pena de vivir sin placer", para pertenecer a Dios por entero. ¡Oh Virgen dulcísima, préstame tu asistencia durante la vida y sobre todo en la hora de la muerte! Ven tú misma en mis últimos días a prepararme para recibir los auxilios espirituales, y a recibir mi alma cuando salga de este mundo para presentarla a tu Hijo divino.

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