15 DE AGOSTO

 ASUNCIÓN DE LA VIRGEN

Después de haber pronunciado Jesús, Sabiduría encarnada, este oráculo infalible: "El que se humilla será ensalzado (Lc. 18, 14)", la HUMILDAD, dice San Bernardo, es la única senda que nos eleva ante Dios. ¿Por qué fue María Santísima colocada la primera en lo más alto de los cielos? Porque aquí en la tierra quiso ocupar siempre el último lugar. Su anonadamiento en la presencia de Dios era profundísimo y constante, y su docilidad, efecto de la humildad, era tan perfecta, que jamás dejó de corresponder por entero a la gracia. Qué santidad tan grande adquirió de esta manera, santidad verdaderamente digna de la Madre de Dios. Semejante a la humilde violeta que se esconde a nuestros ojos, María aspiraba a ser desconocida y olvidada; pero el Rey de la gloria, atraído por el olor de sus perfumes, la trasplantó de la tierra al cielo, como la más bella FLOR  de la creación.

A los atractivos de la humildad añadía los de la PUREZA. Nada agrada tanto como la inocencia en la mansión de los espíritus angélicos. ¡Con cuánta alegría fue recibida en la gloria la Virgen inmaculada! El Dios tres veces Santo la llamó y la atrajo a si con estas palabras: "Levántate, apresúrate, amiga mía, paloma mía, hermosa mía y ven... (Cant. 2, 10)." María, hija de Adán, o de hombre pecador, supo por su candor virginal merecer un trono sobre los nueve coros de los ángeles, sobrepasándolos a todos en pureza e inocencia.

Si la pureza abrió a la Virgen las puertas del reino celestial, y si la humildad, arrebatándola a la tierra, la elevó a las alturas de la gloria, fue con todo la CARIDAD la que preparó y labró su trono. ¿No es acaso el amor divino el que da a nuestras obras y a nuestros sufrimientos el más alto grado de mérito sobrenatural? Por ese amor sin límites humanos alcanzó la Virgen la santidad sublime que la asienta a la derecha de su Hijo adorable. Sin la gracia o sin la caridad, todas las virtudes están muertas. Les falta el lazo que las une, los cimientos que las consolidan, la savia que las alimenta y hace producir fruto abundante de vida.

¡Oh Jesús divino, Redentor mío! Te doy gracias por la magnífica recompensa que has otorgado a tu Madre amadísima, y también Madre mía. Por su poderoso valimiento cerca de ti, te ruego me concedas fuerzas para imitarla: 1º en su HUMILDAD, poniéndome en espíritu a los pies de todos; 2º en su PUREZA DE CORAZÓN, evitando toda falta deliberada, toda afición que no sea buena y cualquier imperfección; 3º en su CARIDAD perfecta, amando tu Bondad infinita en sí misma, y en las almas que fueron creadas a tu imagen y redimidas con precio de tu sangre infinitamente preciosa.

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