16 DE AGOSTO

 SAN JOAQUÍN, PADRE DE LA VIRGEN

El poder y la gloria que goza en el cielo el padre de María están relacionados con su gran SANTIDAD. Y como esta santidad es proporcionada al esplendor de las dignidades de que le revistió el Señor al hacerle padre de María y abuelo de Cristo, puede decirse con verdad que su trono en la Jerusalén celestial es de los más gloriosos, y su poder de lo más amplio. Además, el valimiento que tiene con María por ser su padre le concede un crédito ilimitado CON ELLA; porque la Virgen, como hija suya, nada puede negarle, así como Jesús nada puede negar a su divina Madre, que mande su Corazón sagrado. Un día se apareció la Virgen a Gertrudis; estaba acompañada de San Joaquín, que resplandecía de luz, sentado sobre un trono real. María le fue presentando una tras otra todas las peticiones que le hacían las monjas en demanda de auxilio. Esta visión nos muestra las deferencias que tiene con su padre la Reina de los santos, y la gran autoridad que el ejerce sobre el corazón de su Hija amadísima. El poder, pues, de San Joaquín en el cielo proviene a la vez de su mérito y del cariño que por él sienten Jesús y María. De esto se desprende que NUESTRA CONFIANZA en este gran Santo nunca será defraudada, sobre todo en aquello que se refiera a la salvación.

Para santificarnos no es suficiente reconocer el valor de las virtudes cristianas; hace falta practicarlas, y para esto ¡qué de socorros sobrenaturales nos son indispensables! "Necesitamos, dice San Alfonso de Ligorio, conocernos, despreciarnos a nosotros mismos y conformarnos en todo con el beneplácito de Dios." ¿Cómo podremos cumplir  estas condiciones si no se nos dan para ello gracias abundantísimas? Si recurrimos a San Joaquín, él las derramará sobre nosotros; si se la pedimos nos alcanzará PROFUNDA HUMILDAD, cual la suya, y que fue uno de los rasgos más característicos de su santidad, que le hizo merecer el insigne privilegio de ser el padre de la más humilde de todas las criaturas. El hará que sepamos ABNEGARNOS, ordenando nuestra vida interior sobre la base de la fe, reprimiendo todas nuestras viciosas inclinaciones y cuanto en nosotros se oponga al cumplimiento de la VOLUNTAD DE DIOS, siempre perfecta y siempre amabilísima.

¡Oh Señor Jesús! ¡Cuán lejos estoy de tener la virtud de tus fieles servidores, que calculaban sus progresos por la medida de su amor al sacrificio y las victorias que alcanzaban sobre las inclinaciones de la naturaleza! Por intercesión de San Joaquín, te ruego me concedas la gracia de tener de mí mismo EL MÁS HUMILDE CONCEPTO, fuerzas para RENUNCIAR  a mis aficiones, tal vez demasiado humanas, demasiado naturales, y gran OBEDIENCIA  a la voz de la gracia para poder así levantar en mi alma el edificio de tu amor sobre las ruinas de mi amor propio.  

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