17 DE AGOSTO

 LA GRACIA HABITUAL

La gracia santificante nos hace JUSTOS Y SANTOS, NO DE UNA MANERA SUPERFICIAL Y APARENTE, SINO DE VERDAD Y REALMENTE. Al borrar también la horrible fealdad del alma y rompe las cadenas de la vergonzosa esclavitud, a la que hasta entonces estuvimos reducidos. Al unirnos a Cristo, nos hace agradables a Dios, y desde ese momento nos convierte en ricos santuarios adornados con los dones del Espíritu Santo y embalsamados con el perfume de las virtudes infusas, y es nuestra alma digna mansión de la adorable y santísima Trinidad.

Por eso en el cielo nuestros MÉRITOS serán inmensos. Con ayuda de la gracia actual que nos excita a practicar las virtudes para agradar a Dios, todo cuanto pensemos, hagamos y suframos, todo lo que en nosotros tienda a apartarnos del pecado, a dar gloria y complacer al Señor, nos valdrá un peso inmenso en bienes espirituales en esta vida y de premio eterno en la otra.

¿No es éste motivo más que suficiente para que nos sintamos alegres y FELICES? Para no estar triste bastaría que trajéramos a la mente el estado lamentable en que se encuentran los desgraciados pecadores y la santa tranquilidad y la paz profunda de que gozan las almas favorecidas por la gracia habitual. Al considerar la inquietud que agita el corazón de un culpable, las penas que lo roen, los remordimientos que lo atenazan, ¡Cuánto debemos felicitarnos por estar libres de semejantes amarguras y por el privilegio de ser hijos de Dios! Y en vez de oír en nosotros esa voz secreta e importuna que pregunta al pecador: "¿Dónde está tu Dios, qué hiciste de su gracia y de su amor?", nosotros nos sentiremos consolados con el pensamiento de que el Espíritu Santo, que dilata nuestro corazón, nos impulsa a clamar a Dios: "Padre, Padre..." Estas verdades inundarán nuestra alma de felicidad verdadera.

Si, pues, estamos tristes y no gustamos las dulzuras de que habla el Apóstol (Filip. 4, 7), que sobrepasa a todo placer sensible, atribuyámoslo a nuestra falta de fe y reflexión. Apenas hacemos caso de los innumerable bienes con que nos ha enriquecido la amistad de nuestro Creador, bienes infinitamente preciosos que son 1º la vida sublime, la belleza, las grandezas de que la gracia es fuente inagotable; 2º la santidad, virtudes y tesoros espirituales que trae consigo; 3º la paz, la bienaventuranza, la esperanza segura de la salvación eterna, de que ella es principio y prenda segura durante la vida y a la hora de la muerte.

¡Oh Jesús! ¡Cuántos motivos de alegría santa y verdadera contienen estos pensamientos de fe! Te ruego que esta fe sea en mi cada día más viva, más consoladora. No quiero contentarme con amarte débilmente, sino que estoy firmemente resulto desde ahora a darte todo mi corazón. Para lograrlo te PEDIRÉ constantemente por los méritos y la intercesión de la Reina de los santos que me hagas progresar en la práctica de la VIGILANCIA DE LA ORACIÓN y de la FIDELIDAD en dejarme guiar por ti, para que aumente constantemente en mí tu amor, que es manantial de todos los bienes.


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