2 DE AGOSTO

 SAN ALFONSO DE LIGORIO

"Hijitos míos, por quienes segunda vez padezco dolores hasta formar a Cristo en vosotros (Gal. 4, 19)." Estas palabras, pronunciadas por el Apóstol San Pablo, pongámoslas, en boca de San Alfonso. La Iglesia, en efecto, lo declaró Doctor; le confió la misión de instruir y de conducir las almas a Dios por la doctrina y el ejemplo. Y he aquí cuáles fueron sus enseñanzas. "La vida perfecta, dice, exige ante todo que renunciemos a las MÁXIMAS DEL MUNDO y de la naturaleza viciada, para llenarnos del espíritu del Hombre-Dios, para pensar como él, juzgar como él, estimar lo que él estima y despreciar lo que él desprecia. Al meditar su Evangelio y los misterios de su vida escondida, pobre y llena de dolor, pronto nos daremos cuenta de que las tres concupiscencias de este mundo son los enemigos de Dios y de nuestra alma."

Poco a poco, por medio de la oración, de los sacramentos, de las lecturas piadosas y de la meditación asidua, las ideas del divino Maestro se imprimirán en NUESTROS SENTIMIENTOS Y EN NUESTRA VOLUNTAD. Amaremos lo que él ama y aborreceremos lo que él aborrece y aun nos abrazaremos por agradarle con aquello que repugna a nuestro amor propio. Así se irá formando nuestro corazón conforme al Corazón de Jesús, y la gracia, creciendo siempre, acabará por dominar a la naturaleza. Feliz estado, que es el principio del reinado perfecto del Hombre-Dios en nuestra alma. Entonces Jesús vive y manda en nosotros, ordena todos nuestros pensamientos, deseos, afectos. Nada deliberado se hace ya sin él, que se convierte de este modo en alma de nuestra alma: pensar, juzgar, amar, alegrarnos, entristecernos, querer y obrar, todo es efecto de su gracia, más bien que de nuestra débil naturaleza.

Tal será en nosotros, lo mismo que fue en San Alfonso, la vida íntima de Jesús, si somos fieles a sus luces y divinos atractivos.

Para alcanzar tan perfección propongámonos: 1º ejercitarnos en constante oración, aun en medio de las ocupaciones; 2º no perder nunca el tiempo en conversaciones y acciones inútiles; 3º estar siempre unidos al beneplácito de Dios, sea en nuestras obras, sea en nuestros padecimientos.

¡Oh San Alfonso, que tan bien supiste imitar a Jesús y a María!, aviva en mi el amor a la ORACIÓN y al TRABAJO, y la conformidad con la VOLUNTAD DE DIOS. Úneme estrechísimamente a mi Redentor; que él sea desde ahora la luz de mi espíritu, la vida y la fuerza de mi corazón, para que, dejando a los mundanos que corran tras de los bienes pasajeros, ponga yo toda mi felicidad en poseer a Jesús y en vivir siempre por él, con él, en él y para él.

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