23 DE AGOSTO

 PELIGROS DEL MUNDO

Los mundanos, hundidos en la tierra, solo saben hablar de cosas terrenas. Sus CONVERSACIONES, tan del siglo, van inspirando poco a poco gusto por las vanidades del mundo, y a veces ponen en peligro la virtud. "Hay gargantas, dijo el profeta David, que son como sepulcros abiertos (Salmo 5, 11)", porque de ellas se escapan palabras malsanas, que llevan la desolación y la muerte a las almas. ¡Desgraciados los cristianos que se complacen oyendo a aquellos que acostumbran herir el pudor y la piedad con sus palabras! Hay que huir de ellos como de los enfermos de males contagiosos.

El mundo está lleno de ESCÁNDALOS, y también escandalizan hasta los mismos fieles. Según San Bernardo, la Iglesia parece decirnos: "Tengo paz con los paganos, la tengo también con los herejes; pero no puedo tenerla con mis hijos, que dan escándalo y que me persiguen sin tregua." "¡Ay del mundo, por razón de los escándalos!", nos dice Cristo.

Luego, si vivimos en el mundo, vivamos rodeados de las mayores PRECAUCIONES, para no ser arrastrados por el ejemplo de quienes viven mal. La salvación eterna es asunto muy personal; el que a otros no les importe condenarse es un motivo más para estar nosotros prevenidos. Huyamos, por consiguiente, con el mayor cuidado de las ocasiones peligrosas, sobre todo de las que nos inducirían a pecar contra la pureza. "Quien ama el peligro perecerá en él (Ecle. 3, 27)", dice la Escritura. Es fácil vencer una tentación sugerida por Satanás, porque con solo la oración podremos triunfar de ella. Pero cuando hemos de luchar contra las ocasiones peligrosas, para ganar la batalla, además de recurrir a la oración tendremos que huir del peligro, porque si esto no hiciéramos, nos expondríamos a ser víctimas de nuestra imprudencia.

¡Oh Jesús mío! Hazme conocer cuantos peligros pudieran inducirme a pecado, y dame fuerzas para evitarlos a toda costa. Úneme estrechamente a ti, a tu gracia, a tu voluntad para librarme de los peligros que me rodean. Te ruego me des fuerzas: 1º para no prestar oídos a discursos impíos y licenciosos; 2º para reanimar mi fervor a medida que el mundo multiplica contra mí sus engaños y escándalos.

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