29 Agosto Martirio de San Juan Bautista

Al descender a la tierra para sanar a la humanidad enferma, el Redentor prescribió es ésta, como remedio, que hiciera penitencia. Esta penitencia que Cristo prescribía fue practicada por el Bautista desde su mas tierna edad. Retirado en un desierto, dormía sobre la tierra; su vestido era un cilicio y su bebida era el agua de los torrentes; las langostas y la miel silvestre eran su único alimento. Así pasó el precursor casi treinta años de su vida.

Luego enseñó a los demás con su palabra lo que antes había predicado con su ejemplo. "Haced pues, decía a las gentes que acudían a escucharle, frutos dignos de penitencia... Mirad que ya la segur está aplicada la raíz de los árboles, y todo árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. El que ha de venir después de mí es mas poderoso que yo. Tiene en sus manos el bieldo, y limpiará su era, y su trigo lo meterá en el granero, mas las pajas las quemará en un fuego inextinguible (Mat 3, 8-12)" De esta manera, san Juan Bautista daba testimonio del Cordero sin mancilla que, por sus privaciones y padecimientos, venía a expiar los crímenes del mundo. Su ejemplo y sus palabras nos dicen ya lo que el Salvador nos repetirá mas tarde. "Si no hiciereis penitencia, todos pereceréis (Luc 13, 5)".

Nosotros pecadores, recordemos estas verdades. 1º, que ninguna falta se perdona si no hay arrepentimiento; 2ª, que después del perdón quedan aun en el alma heridas que curar, deudas temporales que pagar, sea en esta vida, sea en la otra; 3ª, que el espíritu de penitencia es necesario para sentir dolor de los pecados, para obtener la pureza de corazón y evitar cuidadosamente la recaída. Un alma penitente desconfía de sí, huye de todo peligro, se conserva fervorosa, ora sin cesar, se mortifica, es humilde y persevera en la práctica del bien hasta que termina su destierro en este mundo.

¿Son estas las disposiciones de nuestra alma? Los santos, a pesar de su inocencia, se castigaban con rigor y temían perderse; nosotros que tan culpables somos, desgraciadamente, halagamos la carne, damos gusto a los sentidos y complacemos al amor propio. Y apenas nos preocupa nuestra flaqueza y la cuenta que de nuestra vida deberemos de dar a Dios un día.

Ojalá comprendamos que debemos siempre prepararnos bien para recibir la absolución sacramental y llorar mis faltas en el examen de conciencia cotidiano.


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