6 DE JULIO

TRANSFIGURACIÓN EN EL CIELO

Con frecuencia en la tierra el amor divino está repartido o mezclado con MOTIVOS IMPERFECTOS. Se ama al Señor no tanto por lo que él en sí merece ser amado,cuanto por causa de los bienes que de su bondad recibimos. A veces también el amor que le profesamos está viciado por el afecto a las criaturas. -En el cielo no acontece esto: allí amaremos a Dios sin interés, sin reservas, únicamente por sus méritos y con toda la capacidad de nuestro corazón completamente purificado. Con cuánto ardor se lanzará entonces el alma hacia el Bien supremo al contemplar su hermosura. Y con qué inefable gozo se sumergirá en la inmensidad de su amor para gustar todo lo que la ternura divina proporciona a sus amigos e hijos privilegiados.

Como los suplicios del INFIERNO excitan la rabia de los demonios y de los réprobos, así, y aún más, las dichas del cielo hacen prorrumpir en transportes de júbilo y alabanza a los ángeles y a los escogidos en presencia de la Trinidad, que de tantos favores los colma. El Rey de la gloria, el Dios eterno, los hace en efecto participar de sus bienes, de sus alegrías y perfecciones inefables, dándose a ellos como su último fin y como premio de excelencia infinita.

¡Cuán dulce debiera ser para nosotros ASPIRAR SIN CESAR a tan indecible bienaventuranza, amando a Dios con todo nuestro espíritu, con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas. Pero ¡qué lejos estamos todavía de esto! Nos ocupamos menos de Dios que de nosotros mismos y de las criaturas. En vez de recogernos interiormente y aplicarnos a la oración, dejamos que la imaginación se nutra de recuerdos inútiles. ¡Ah!, si solo tuviéramos una centella del amor que consumía a los santos, ¡qué pronto veríamos desparecer nuestros defectos y apatía! El espíritu entonces se vería iluminado y la conciencia purificada. Ya no volvería el alma a llenarse de orgullo, ni se entristecería por la envidia ni se dejaría turbar de la ira, ni abatir por la tristeza, sino que humilde, pura, casta y apacible, siempre permanecería ecuánime en la prosperidad y resignada en las pruebas, poseyendo así las virtudes que nos harán dignos de contemplar y amar al Bien soberano.

¡Oh Dios mío! Por los méritos de Jesús y de María, inflámame en el fuego de tu amor, que santificó a los apóstoles, a los mártires y a los santos. Haz que pueda yo comprender bien: 1º cuán digno eres de todo amor, a causa de tus excelencias infinitas e inefables perfecciones; 2º cuántas ventajas encontraré en tu amor divino, que es fuente de paz, vínculo de perfección, prenda segura de una eternidad feliz.

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