8 DE AGOSTO

 LA VANAGLORIA

Un remedio contra la vanagloria consiste en considerar con frecuencia nuestra NADA, nuestros defectos, nuestra miseria; cuán poco merecemos ser estimados y alabados de los demás. "¿Qué cosa tienes, pregunta San Pablo, que no la hayas recibido de Dios? Y si todo lo has recibido de él, ¿de qué te jactas como si no lo hubieses recibido (1 Cor. 4, 7)." ¿No es esto una injusticia y una ridícula pretensión? ¿Quién no se reiría, dice San Bernardo, si las nubes se alabaran a si mismas por la lluvia que nos envían?

Además, ¿de qué pueden servirnos los JUICIOS HUMANOS? Como dice la Imitación: "¿Es más estimable el hombre porque se tenga de él una opinión ventajosa? cada cual es en realidad lo que es ante Dios. Los que nos alaban son nada, ciegos, débiles mortales como nosotros. ¿De qué nos sirven sus elogios, que pasan como el sonido de su voz? (Imit. L. 3, c.14, 50)."

Al poner nuestra complacencia en las alabanzas, COMETEMOS INJUSTICIA contra Dios y nos perjudicamos a nosotros mismos. Hacemos perjuicio a Dios, porque le arrebatamos una gloria que le pertenece, nos perjudicamos a nosotros mismos, porque perdemos todos los méritos. "guardaos bien, decía el divino Maestro, de hacer vuestras obras buenas en presencia de los hombres, con el fin de que os vean; de otra manera no recibiréis el galardón de vuestro Padre que está en los cielos (Mat. 6, 1)." No tendréis más premio que el de los escribas y fariseos, es decir, recibiréis las vanas alabanzas de las criaturas; y ¿de qué habrán éstas de serviros si sois condenados por Dios? ¿Irán acaso los que os alaban a defenderos cuando comparezcáis ante su tribunal? ¿Os defenderán cuando os acuse y os absolverán cuando pronuncie contra vosotros la terrible sentencia? Ellos, por el contrario, serán los primeros que condenen vuestra debilidad, vuestra locura y que os maldigan por toda la eternidad.

¡Oh Jesús, oh María! Hacedme comprender que la vanagloria es una PASIÓN CIEGA que me causa DAÑO inmenso todos los días. Me PROPONGO combatirla cuidadosamente: 1º MEDITANDO los motivos que tengo para aborrecerla; 2º purificando con frecuencia mis INTENCIONES, para alejar de ellas los respetos humanos, todo deseo de estima, toda complacencia en mí mismo, para no tener más deseo que el de glorificar y agradar al Padre celestial, a quien únicamente pertenece el honor de toda obra buena, justa y perfecta, así como el honor de todo pensamiento meritorio.

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