12 Septiembre MOTIVOS PARA PRACTICAR LA MORTIFICACION INTERIOR

 "Si alguno quiere venir en pos de mí, dice el Señor, renúnciese a sí mismo, lleve la cruz cada día y sígame (Lc 9,23)". El Señor según san Alfonso de Ligorio, nos indica con estas palabras dos clases de mortificación: la del alma y la del cuerpo. La primera, por ser su objeto espiritual, es superior a la segunda, así como el alma es superior al cuerpo. Por tanto, sin dejar jamás de reducir a servidumbre la carne y los sentidos, tenemos, como dice san Juan Climaco, que practicar preferentemente y durante toda la vidala mortificación interior que encadena las pasiones y corrige los defectos.

Esta mortificación ordena tan bien nuestro corazón, que la paz reina sobre él en todo y nos dispone constantemente a obedecer a los preceptos divinos y recibir con amor las pruebas que Dios quiera enviarnos en esta vida. Por eso el autor de la Imitación de Cristo nos anima tanto a mortificarnos cuando nos dice: "Encamina todos tus esfuerzos, deseos y oraciones a despojarte de todo apego, para seguir aí desnudo a Jesús desnudo, morir para tí y vivir para mí eternamente. Entonces se desvanecerán todas las vanas imaginaciones, las perturbaciones malas y los cuidados superfluos. Entonces desaparecerá el temor excesivo y morirá el amor desordenado (Imit lib 3 cap 37)." ¿Quién no se inflamará en el deseo de renunciar en todo a la propia voluntad con tal de obtener tan preciosas ventajas?

Además, la mortificación interior es el medio de SANTIFICARNOS en menos tiempo y con mas MÉRITOS, porque ella obra directamente sobre el corazón, en donde habrán de implantarse todas las virtudes. Es como cuando el jardinero, poda el árbol para que tengan los frutos mas savia y vigor. Es el azadón que desarraiga las malas hierbas que rodean las flores y no las dejan brotar. De este modo la mortificación hace que nuestras obras sean mas agradables y mas preciosas a los ojos de Dios.

Examinémonos y veamos si combatimos todos los días nuestro carácter, nuestra natural dureza y violencia de nuestro temperamento. Tengamos cuidado de vencer nuestras antipatías, de frenar nuestra lengua, mala, ligera e imprudente; de revestirnos de entrañas de caridad y de aparecer al exterior llenos de benevolencia y de bondad. Sondeemos nuestras disposiciones acerca de todo esto, y consideremos cuál es el defecto dominante en nosotros, si es la vanidad, la disipación, la locuacidad; si es la pereza, la cobardía, la despreocupación, y tomemos la resolución de reprimirlo sin cesar con vigilancia y oración.

¡Oh Jesús mío! Haz que constantemente por medio del examen particular y de la meditación pueda ahogar en mí, con ayuda de tu gracia divina, la pasión que mas me domina o con frecuencia me agita. Hazme encontrar la paz, la santificación y el mérito por la abnegación total y constante de mi voluntad.

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