16 DE SETIEMBRE. LA CRUZ, ÁRBOL DE VIDA

 Había en el PARAÍSO TERRENAL un árbol cuyos frutos preservaban de la muerte a quienes los comían. Por eso, cuando el Señor arrojó del Edén a nuestros primeros padres, dijo: "Echemos de aquí a Adán, no sea que alargue su mano y tome también del fruto del árbol que conserva la vida y coma de él y viva para siempre (Gen. 3, 22)"; y Dios colocó delante del Paraíso de delicias a un querubín con espada de fuego, para guardar el camino que conducía al árbol maravilloso.

Hoy, después de haber sido plantado en el CALVARIO otro nuevo árbol de vida, Dios no nos prohíbe que nos acerquemos a él para recoger frutos de inmortalidad. Por el contrario, desde la Cruz, Jesús, agonizante, nos dice: "Yo soy la VID y vosotros los SARMIENTOS, y así como el sarmiento no puede de suyo producir fruto si no está unido con la vid, así tampoco vosotros si no estáis unidos conmigo. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que queráis y se os otorgará (Juan 15, 5-7)." Es decir, que si no nos unimos a nuestro Salvador, seremos estériles, y en cambio, unidos a él, obtendremos las gracias que hacen vivir y obrar para el cielo.

Estas palabras de nuestro divino Redentor se confirman sobre todo, en el SACRAMENTO DEL  ALTAR, donde diariamente se renueva el sacrificio del Calvario. De un modo especial participamos de este sacrificio cuando recibimos la sagrada Eucaristía. Ésta nos une con Jesús de la manera más íntima y nos comunica abundantísimamente los frutos de la Redención. La Comunión fortifica especialmente en nosotros la vida de la gracia, vida muy superior a toda vida creada, porque participa de la divinidad. Llamados a la vida de la gracia por los sufrimientos y la muerte de Dios, ¿Cómo dudar en seguir esta vocación divina? Al ver a Jesús clavado en infame patíbulo y al verle derramar su sangre preciosa para curar nuestros vicios y devolver al alma la salud perfecta, deseemos vivir con él vida de sacrificio, de obediencia, de caridad y de abnegación para aumentar diariamente en nosotros la vida sobrenatural y divina.

"¡Oh Cruz más resplandeciente que todos los astros, célebre en el mundo, muy amable para los hombres, santa entre todas las cosas, que fuiste digna tú sola de sostener el rescate del mundo! ¡Oh dulce madero, oh dulces clavos que sostenéis tan dulce peso!" Los CLAVOS y el MADERO nos recuerdan los tormentos del que quiso sufrir en lugar nuestro, preservándonos así de la perdición eterna. Enclavado en el madero, el Salvador es este FRUTO delicioso del cual en la sagrada Eucaristía mana la vida sobrenatural, que nos hará dignos de gozar de eterna bienaventuranza.

¡Oh divino Redentor mío! Tú, que eres la Mística Cepa, tenme siempre unido muy estrechamente a ti, y haz que encuentre en tus llagas preciosísimas la SAVIA ESPIRITUAL que habrá de fortificar mi corazón y lo elevará diariamente de gracia en gracia y de virtud en virtud. Y tú, oh Madre de Dolores, que permaneciste, al pie del árbol de la Cruz, repara los daños que me ocasionó el pecado de Eva y dispón mi alma para que reciba en la Comunión el fruto de vida que habrá de santificarme y darme la bienaventuranza eterna.

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