17 DE SETIEMBRE. LAS LLAGAS DE SAN FRANCISCO

 Como fuera toda la vida de este santo glorioso una perfecta imitación de Jesús crucificado, parecía conveniente, como dijo San Buenaventura, que después de estar inflamado San Francisco en tan ardiente deseo de asemejarse a Cristo por el sufrimiento, recibiera del Señor las SEÑALES sensibles de sus tormentos.

Meditando Francisco una mañana devotamente la Pasión de Cristo en el monte Alvernia, vio bajar del cielo un serafín con seis alas ardientes y encendidas, el cual, con veloz vuelo, se le acercó, viendo el santo claramente que tenía forma de HOMBRE CRUCIFICADO, quedando él entonces sumamente asombrado y embargado a la vez de alegría, dolor y admiración. Después de haber tenido suave coloquio con este espíritu celestial, desapareció la visión y sintió Francisco un ardor seráfico en el corazón y en el cuerpo dolorosas sensaciones, como las que tendría el divino Crucificado.

Entonces se realizó un maravilloso prodigio, porque inmediatamente comenzaron a verse en las manos y pies de San Francisco las señales de los clavos como él los viera en el cuerpo de Jesús crucificado; asimismo aparecían en el costado derecho los bordes de una lanzada sin cicatrizar, roja y sanguinolenta, por la que muchas veces fluía sangre abundante. ¿Cómo explicarnos semejante milagro? San Francisco de Sales responde a esta pregunta de la siguiente manera: "El amor que este seráfico patriarca sentía por Jesús exteriorizó el íntimo dolor de su compasión por él en tal forma que el alma del santo hirió el propio cuerpo con el dardo por el cual ella misma fue traspasada."

¡Ah!, si nosotros estuviéramos INTERIORMENTE HERIDOS por el amor de Jesús crucificado, cuán poco digno de estimación y afecto nos parecería el mundo! Viviríamos en él como desterrados, suspirando sin cesar por Jesucristo. -Pero, desgraciadamente, por nuestro modo de portarnos, se diría que no murió por nosotros, sino tan solo por los santos. Vivimos sin pensar en los trabajos y sacrificios que se impuso para salvarnos del infierno, y en vez de demostrarle gratitud y corresponder a sus pruebas de amor, le olvidamos, le abandonamos, le ofendemos, haciendo que sean estériles su sangre, dolores y oprobios por nuestra tibieza e infidelidades.

¡Oh Jesús mío! Dígnate perdonarme mi ingratitud y concederme el don de tu amor divino, pero haz que este amor sea generoso, compasivo y celoso, Imprime en mi corazón tus llagas sacratísimas: 1º las llagas de tus pies, para que me llenen de arrepentimiento y me enseñen a caminar por las sendas de la penitencia y de la resignación; 2º las llagas de tus manos, para que me ayuden a realizar con perfección las obras de tu gloria; 3º la herida tan profunda de tu divino costado, de la cual se escapan constantemente llamaradas de santos ardores, que debieran consumirme de amor por ti. -A ejemplo de tu Madre dulcísima y de San Francisco de Asis, haz que lleve contigo y para ti en mi cuerpo y en mi alma los estigmas de la mortificación y de la abnegación.

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