18 DE SETIEMBRE. CÓMO CRUCIFICA JESÚS A QUIENES LE AMAN

 Jesús crucifica a sus amigos, primero con su DOCTRINA acerca del renunciamiento propio y de todo cuanto no sea Dios. Nos recomienda que vayamos por el camino estrecho, que violentemos nuestras inclinaciones, que amemos a los enemigos, que devolvamos bien por mal y que roguemos por quienes nos persiguen y calumnian. El divino Maestro envió a sus apóstoles "como ovejas en medio de lobos (Mt. 10, 16)", ordenándoles que se dejaran matar antes que oponer la menor resistencia, y les decía: "Si alguno te hiere en una mejilla, preséntale también la otra. Y al que quiere armarte pleito para quitarte la túnica, alárgale también la capa (Mt. 5, 39-40)." La práctica de esta doctrina es la crucifixión de nuestra naturaleza caída o del hombre viejo que vive en nosotros.

A pesar de lo ásperas y rigurosas que son las apariencias de la doctrina de Cristo, tiene ésta que encerrar en sí muchas dulzura y suavidad, además de grandes y preciosas VENTAJAS. Y así es en realidad, porque la abnegación destruye cuantos obstáculos se oponen al reinado de Dios en nuestras almas y nos dispone a recibir de su bondad las gracias que santifican, haciéndonos dignos de las mayores recompensas. Nuestro divino Maestro nos da, por consiguiente, prueba de ternura cuando nos revela este misterio, misterio escondido para los mundanos y para los esclavos de sus pasiones.

También el Señor nos demuestra su inmenso amor cuando nos prueba con las PENALIDADES. No quiso ahorrar los sufrimientos ni a sus apóstoles, ni a sus mártires, ni a sus santos más privilegiados, ni siquiera a su Madre divina. Si nos quejamos de la cruz, si murmuramos y nos negamos a llevarla, rechazamos las pruebas sensibles de la amistad de Jesús y detenemos los impulsos de su amor por nosotros. "En la cruz está la salud, dice el autor de la Imitación de Cristo; en la cruz, la vida; en la cruz está la defensa contra los enemigos; en la cruz, la infusión de la suavidad soberana; en la cruz está la fortaleza del corazón, en la que está el gozo del espíritu; en la cruz está la suma virtud; en la cruz está la perfección de la santidad (Imit., libro 2, cap. 12)." Luego si no soportamos con paciencia las adversidades, nos privamos de bienes infinitamente preciosos, con los que Jesús, en su bondad, quería enriquecernos para santificarnos y salvarnos.

¡Oh amable Redentor mío! Hazme comprender claramente el valor de la RENUNCIACIÓN y de la RESIGNACIÓN en las pruebas. Entonces, en vez de creerme alejado de tu corazón a causa de las dificultades y de las penas, me sentiré más amado de ti, puesto que quisiste crucificarme contigo. Con tu ayuda divina tomo las siguientes resoluciones: 1ª pedirte con frecuencia amor al sacrificio, fuerzas para renunciar a mis deseos, a mis perversas inclinaciones y a mi propia voluntad; 2ª abrazarme con tranquilidad y dulzura con todas las contrariedades de la vida, uniéndolas a los tormentos de tu Pasión y a la caridad sin límites que te impulsó a sufrir tanto por mi salvación.

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