20 DE SETIEMBRE. EL CRUCIFIJO, FUENTE DE GRACIAS.
Para ser curado en la probática piscina era necesario que el enfermo esperase a que descendiera del cielo el ángel del Señor que agitaba las aguas. Sin embargo, en el Calvario, a CUALQUIER hora todos alcanzamos nuestra espiritual salud si nos acercamos a las llagas de Jesús con fe, confianza, oración y corazón contrito y humillado. “¿Estáis heridos o enfermos?, pregunta San Ambrosio; aquí está Jesús, dispuesto a sanaros con su sangre preciosísima; ¿padecéis la fiebre de las inclinaciones viciosas? Jesús en la fuente que refresca contra los funestos ardores de la concupiscencia.”
Vayamos, por tanto, a beber a grandes sorbos en sus heridas divinas. En ellas podremos calmar la sed de saber, de gozar y de amar. La doctrina del Salvador, sellada con su sangre, es la única que puede satisfacer nuestra inteligencia; su gracia divina, comprada para nosotros a tan alto precio, puede llenar como nada en el mundo todas nuestras aspiraciones, y el ejemplo de las virtudes practicadas por él en medio de los sufrimientos nos animará a amarle y abnegarnos por la gloria del Padre celestial y por la felicidad eterna de las almas.
¡Oh Jesús crucificado! Quiero besar con amor TODAS LAS MAÑANAS tu santa imagen, prometiéndote al mismo tiempo llevar con generosidad la cruz de cada día. Haz que durante mis OCUPACIONES dirija la vista con frecuencia a tus llagas sagradas, para confirma en ellas mi valor y ofrecerte penas y dificultades. POR LA NOCHE, después de hacer el examen de conciencia al pie de la Cruz, quiero prepararme a la muerte para poder siempre, vivo o muerto, participar de las gracias que brotan sin cesar abundantísimamente de tus amantes heridas.
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