22 DE SETIEMBRE. EL DESEO DE PERFECCIÓN

 Para aumentar en nosotros el deseo de perfección hemos de leer, meditar y orar. así como el relato de las hazañas y hechos heroicos de guerra infunde en los militares sentimientos de emulación, así también la LECTURA de la vida de los santos inflama los corazones generosos en la noble ambición de imitarlos. Porque no existe nada ni tan hermoso ni tan atractivo como la virtud, sobre todo cuando se la ve practicada hasta el heroísmo por reyes, emperadores, pontífices y sabios esclarecidos.

Así, debemos CONSIDERAR con frecuencia las ventajas de la verdadera santidad: 1º nos hace participar no solo de la grandeza de los ángeles y de los santos, sino también de la grandeza del mismo Dios; 2º nos concede el dominio sobre los vicios y nos da fuerzas para pisotear las vanidades del mundo y las tentaciones del demonio, comunicándonos al mismo tiempo cierto imperio sobre el Corazón del Todopoderoso, que atenderá benigno todos nuestros ruegos; 3º infunde en nosotros las luces, dones y riquezas espirituales que de ella dimanan, y cuya posesión es más preciosa y digna de nuestras aspiraciones y esfuerzos que la posesión de todos los bienes de la tierra.

En nosotros existe gran anhelo de ser felices, y en la vida no podríamos gustar FELICIDAD ni más grande ni más profunda que la que trae consigo la tranquilidad de conciencia. "Señor, exclamaba el Rey David, cuán grande es la abundancia de dulzura que tienes reservada para los que te aman. Más vale un solo día de estar en los atrios de tu Templo que millares fuera de ellos (Salmo 83,11)." Estos motivos tan poderosos debieran inflamarnos en deseos ardentísimos de verdadera santidad. PIDAMOS con frecuencia a Jesús que nos desprenda de los bienes creados. Cuando brota la planta de la tierra, enseguida se levanta hacia el cielo. Esto mismo habrá de acontecer con nuestros corazones, que al desprenderse de los deseos terrenales desearán con ardor los tesoros celestiales. Los mundanos se afanan y apasionan por los honores, las riquezas y los placeres, porque no se preocupan de pedir a Dios que les conceda la inteligencia de los misterios de la gracia y de los bienes eternos. No dejemos, por tanto, de reclamar las luces que nos hagan ver las verdaderas riquezas y las desearemos ardientemente.

¡Oh Jesús, oh María!, os ruego me hagáis conocer la infinita superioridad de la gracia sobre la naturaleza; y dejaré de ser cobarde e indolente en la obra de mi santificación. El demonio, lleno de envidia, trabaja por perderme..., ¡y yo deseo tan poco perfeccionarme y salvarme!... Dignaos infundir en mi voluntad decidida: 1º PARA LEER con frecuencia la historia de los santos y formarme interiormente en su misma escuela; 2º PARA MEDITAR diariamente las verdades de salvación y la belleza de las virtudes; 3º PARA ORAR sin cesar, con el fin de aumentar más y más en mí el hambre y la se de justicia o de santidad.

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