28 DE SETIEMBRE. LA MORTIFICACIÓN NOS HACE MORIR
Lo que hace la muerte santa y feliz es el apartamiento del pecado y la práctica de la virtud. Por la mortificación logramos ambas cosas. En efecto, valiéndonos de ella huimos de todo PELIGRO, cerramos los ojos a las vanidades y a los atractivos del mundo y no queremos escuchar sus halagadores, aunque engañosos discursos. Por la mortificación cuidamos de reprimir las inclinaciones perversas para ser FIELES a la gracia. Por ella aprendemos a dominar los deseos, a encadenar los prontos y las iras, a fijar la movilidad de la imaginación, que con frecuencia impide que nos RECOJAMOS INTERIORMENTE, libres de frecuentes distracciones, aun cuando oramos o cuando damos gracias después de la Comunión. "¡Cómo!, exclamaba San Juan Crisóstomo, cuando me entretengo en conversar con un amigo de noticias y bagatelas, estoy muy atento, y, en cambio, cuando hablo con Dios de cosas importantes, como el asunto de mi salvación, ¿me distraigo y lleno mi espíritu de pensamientos extraños?" ¡Oh, cuán grandes son la debilidad e inconstancia de los hombres!
La mortificación trae consigo el remedio a estos males y nos ayuda además a adquirir TODAS LAS VIRTUDES. Con la continua represión de nuestros defectos llegaremos fácilmente a alcanzar un grado de perfección que nos consolará muchísimo en los postreros instantes de la vida.
EXAMINEMOS si acostumbramos a vigilarnos, si evitamos las faltas ligeras y si nos esforzamos en cumplir nuestros deberes con exactitud. ¿Tenemos cuidado de vivir desprendidos, separados del mundo y ocupados en Dios? El solo ejercicio de la ORACIÓN CONTINUA exige de nosotros incesante mortificación, que nos obliga a ser modestos, a guardar silencio, a desterrar del espíritu los pensamientos inútiles y los afectos terrenos del corazón.
Semejante vida, Dios mío, sería un excelente medio de prepararme diariamente a la MUERTE. Por los méritos de Jesús, al expirar en el Calvario, y por los de María, agonizando al pie de la Cruz, hazme renunciar a todo pensamiento, a todo sentimiento y a toda disposición que no sea conforme a la perfección de los santos. Quiero desde ahora emplear todos los momentos en prepararme para el último de mi vida y alcanzar así la gracia de una muerte santa y feliz que me ponga en posesión de la herencia de los cielos. Así sea.
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