3 DE SETIEMBRE. REMEDIOS PARA EL ALMA

 La idea de enfermedad aplicada a nuestros vicios nos hace ver de qué manera tenemos que trabajar para curarnos de ellos. Un buen enfermo sabe tratar a los enfermos con DULZURA y les hace tomar con exactitud todos los medicamentos prescritos. Aunque la dolencia se agrave o tienda a hacerse crónica, el buen enfermero sigue extremando sus cuidados con la misma paciencia y el mismo celo. Este es el modelo que hemos de imitar, siempre que trabajemos para alcanzar la salud espiritual. A veces nos parecerán difíciles de curar las enfermedades del alma; no nos DESCORAZONEMOS por ello, y con INVENCIBLE CONSTANCIA empleemos los remedios que ordena la obediencia, aun cuando no nos demos cuenta de la mejoría, o que nuestros defectos, lejos de corregirse, se acentúen bajo la influencia de las pasiones, cada día más violentas, o, quizás, a causa de los mismos esfuerzos que hacemos por extirparlos.

El enfermero que tiene espíritu de Dios sabe que su TRABAJO será remunerado, aunque pueda dudar del éxito de la cura. Por tanto, nuestra alma tampoco debe de olvidar que será recompensada por el tiempo que emplee en humillarse, mortificarse y renunciarse para obedecer, aun cuando, a pesar de sus esfuerzos, se encuentre, al parecer, más imperfecta que antes. Que no deje jamás de vigilarse cuidadosamente de vivir recogida, de orar siempre y de ejercitarse en todas las virtudes, aunque sienta en sí misma las inclinaciones, debilidades e imperfecciones de siempre. Ya llegará el día en que todos sus trabajos serán recompensados con largueza.

¡Oh Jesús mío! Te digo como las hermanas de Lázaro: "Señor, mira que aquél a quien amas está enfermo." Estoy enfermo, sí, porque he inferido con mis pecados muchas heridas a mi alma; por eso acudo a ti, que eres mi Médico divino, y me pongo en tus manos para que me cures. Quiero trabajar contigo, ayudado por la abnegación, por la oración y por los sacramentos, para hacerme semejante a ti. Cuántos santos, enfermos como yo por naturaleza, llegaron, por los mismos medios que están en mi poder, a recobrar su perdida inocencia y practicaron virtudes que fueron declaradas heroicas. Con tu auxilio y el de tu purísima Madre espero alcanzar lo que tantos siervos tuyos han logrado. ¡Oh amable Maestro mío!, desde ahora tomo las siguientes resoluciones: 1ª acudir siempre a ti, sobre todo en la Comunión, como acude el enfermo a su médico; 2ª pedirte sin descanso me concedas el don de la CONFIANZA PERSEVERANTE en tu socorro divino y en la dirección espiritual que das tú mismo a mi alma por medio de tus representantes en la tierra.


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