30 DE SETIEMBRE. SAN JERÓNIMO, DOCTOR DE LA IGLESIA

 La soledad de San Jerónimo no le impidió que se expansionara su celo ni hizo que disminuyera su ARDOR en la práctica del bien. Quizá ha sido San Jerónimo el Doctor que más servicios ha prestado a la Iglesia. Tan verdad es, que las obras que se realizan al exterior están siempre en proporción con las riquezas interiores; riquezas que se adquieren, sobre todo, lejos del mundo y de sus distracciones. San Jerónimo estaba dotado de extraordinario talento, y tenía la maravillosa facultad de dictar con gran facilidad a seis amanuenses a la vez sobre diferentes materias. Al mismo tiempo era INCANSABLE para el trabajo, y pasaba noches enteras dedicadas a la oración y al estudio. ¡Qué fatigas soportó para aprender el hebreo y traducir la Sagrada Escritura al latín, dando a los fieles el texto de la Vulgata, desde entonces adoptado por la Iglesia. Solo tan insigne SERVICIO bastaría para inmortalizar al santo Doctor.

Tenemos que añadir a su traducción de la Biblia los comentarios a los Libros Santos, la refutación de las herejías, las cartas llenas de doctrina, las ruidosas conversiones que hizo en Roma con sus sermones, que también fueron causa de que se restableciera el prestigio de la vida claustral, tan despreciada por aquel tiempo. Si le seguimos a Belén, le veremos desde allí gobernar cuatro monasterios, recibir y visitar a los peregrinos, consolarlos, inclinarlos a la devoción, prestándoles los más humildes servicios, y sobre todo ayudando con sus consejos a muchísimos extranjeros que de todas las regiones acudían a su lado para encontrar en él las luces que necesitaban.

He aquí cuánto puede el AMOR de un corazón si es ardoroso. Nunca pide descanso, y el bien que hace alimenta su llama devoradora. Corre y vuela a todas partes donde le llama la voluntad de Dios; nunca se queja ni de exceso de trabajo ni de demasiadas privaciones y fatigas. La gloria de Dios es su alimento, su fuerza, su apoyo. Encuentra recreo en la oración, descanso en el abandono sin reservas al beneplácito divino. -Nosotros, en cambio, tal vez seamos de esas almas poco generosas, siempre como abrumadas bajo el peso de las ocupaciones, de las penas y de los apuros. Tales almas pierden la paz, tan necesaria en la vida interior, no bien algo contraría sus gustos o costumbres. Si tuviéramos una centella del fuego de divina caridad, nuestro corazón se dilataría y llegarían a ser para él dulces y agradables las más amargas y sensibles contrariedades.

Glorioso San Jerónimo, Doctor Máximo, como te llama la Iglesia, hazme practicar fielmente, por amor de Jesús y de María, todo cuanto me enseñas con tus palabras y ejemplos; es decir, haz que me aparte del mundo, que sienta el celo de mi santificación, que tenga gran amor al trabajo y a la oración y que desee ayudar y favorecer a mis semejantes, aun cuando por ello me prive de reposo y tranquilidad.

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