6 DE SETIEMBRE. MALICIA DEL PECADO VENIAL

 Dios es infinitamente justo; nunca se deja llevar de la pasión; obra siempre con sabiduría perfecta; no extrema el rigor del castigo más allá de lo merecido. Y, sin embargo, VEMOS que María, hermana de Moisés, en un momento de enfado murmura de su hermano y el Señor la castiga enviándole una lepra horrible y ordenando que durante siete días permanezca apartada del pueblo de Israel. David, por un pecado de vanidad, vio cómo la peste le arrebató setenta mil vasallos. Santa Clara de Montefalcone, por no haber reprimido con la debida prontitud un sentimiento de impaciencia, tuvo que sufrir enfermedades corporales y desolaciones interiores que duraron once años. Estos ejemplos, y muchísimos más que se podrían citar, nos demuestran hasta la evidencia qué mal tan grande es el pecado venial, porque hasta en la TIERRA, donde Dios derrama de un modo especial su misericordia, nos atrae semejantes castigos.

¿Qué pasará, pues, en la OTRA VIDA, donde se nos manifestará la justicia del Juez soberano? El fuego del purgatorio, dice Santo Tomás, es el mismo que el del infierno: arde con la misma intensidad. Tertuliano lo denomina: "un infierno momentáneo", porque es un fuego que tendrá fin, pero cuyo daño en un solo instante es más cruel, según San Agustín, que el martirio que sufrió San Lorenzo, carbonizado sobre las parrillas. Un solo día pasado en este lugar de purificación, añade, puede ser comparado a mil años de suplicios terrenales. Y San Anselmo concluye que no podemos concebir aquí en la tierra los castigos reservados en la otra vida para expiar aun la más ligera ofensa contra Dios cometida. Este es, pues, el pecado venial, al que tan poca importancia damos, y cuyas consecuencias no meditamos; helo aquí convertido en un monstruo que nos amenaza con los más horribles tormentos. Enciende para nosotros los hornos de la venganza celestial; cuyos rigores con tanta frecuencia olvidamos, y nos prepara una pena que no puede compararse con otra ninguna: la pena DE DAÑO o la privación por algún tiempo de la visión beatifica. Mil fuegos del infierno, exclama San Juan Crisóstomo, son inferiores a este tormento, el más agudo de todos, porque el verse privada por su propia culpa del Bien supremo, después de esta vida, es para el alma en estado de gracia una angustia sin medida, como tampoco tiene medida el Bien infinito.

¡Oh Dios mío! Yo, que con tanta frecuencia temo molestarme para evitar una ligera falta, cometo la locura de atraerme por mis infidelidades SUPLICIOS MUCHO MÁS CRUELES que todos los que padecieron los mártires. Dígnate preservarme de tantos pecados veniales como cometo por mi fragilidad. Haz que logre la victoria sobre mis impaciencias, mis enfados, sobre el malo humor que a veces me domina y me hace ser rebelde a tus gracias. Infúndeme más atención, más respeto en la oración, más cuidado en guardar silencio y en el empleo del tiempo. Haz que haga redundar en gloria tuya todas mis ocupaciones y todos los instantes de mi vida.

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