29 DE OCTUBRE. APEGO A LAS CRIATURAS.

 

Para que nuestro espíritu y corazón lleguen a unirse a Dios, meditemos estas palabras: soy de Dios, subsisto en Dios y tengo que vivir para Dios. -SOY DE DIOS, él solo me creó, por consiguiente le pertenezco y puede disponer como le agrade de mí y de cuanto poseo. Me redimió con la preciosísima sangre de Jesús; los derechos que tiene sobre cuerpo y alma no pueden ser más sagrados. Luego en nada puedo sustraerme a su imperio, de nada puedo apropiarme en contra de su voluntad, ni tampoco puedo amar a la criatura más allá de los límites que él me prescribe. -¡Dios mío! ¿Cuántas veces me he apartado de estas reglas, al ofenderte o al posponer tu soberano dominio y amor a cualquier objeto creado! ¡Perdóname, Señor!...

Además, Dios RENUEVA en mí a cada instante el prodigio de la creación. Su poder me concede la existencia, su sabiduría la razón y la fe, su bondad infinita me rodea de cuidados constantes. "Dentro de él vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17, 28)." Hundido en el océano de sus divinas perfecciones, debiera yo por lo mismo estar constantemente bajo su influjo y amar únicamente su belleza suprema, belleza siempre antigua y siempre nueva. -¡Oh ardiente hoguera de Caridad increada!, tu calor penetra todo mi ser y, sin embargo, permanezco frío e indiferente a los beneficios que me otorgaste. En cambio, cuánto es mi apego a lo creado!, ¡Cuántos grados de gracia y gloria eterna pierdo por bagatelas y nonadas! Dígnate iluminarme e inflamarme en ese amor sagrado que me purificará y desprenderá de todas las criaturas.

Hecho por manos de Dios y teniendo por único fin a Dios, es natural que viva solo PARA ÉL. "Yo soy el alfa, y la omega, el principio y el fin de todas las cosas, dice el Señor Dios, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apoc. 1, 8)." -Como PRINCIPIO, Dios nos da el ser y cuanto poseemos; como FIN, reclama para sí cuanto somos y cuanto proviene de nosotros. Porque siendo autor de todo, es dueño absoluto de todo, y a nadie más que a él corresponden los frutos. De aquí dimana la obligación de atribuir a Dios la gloria de nuestros pensamientos, palabras, acciones y padecimientos.

Adentrémonos en nosotros mismo y veamos cuáles son nuestras disposiciones... ¿No existe quizá en el corazón algún apego que viene constantemente a distraernos de la oración, nos absorbe durante las ocupaciones y despierta en el alma tan pronto alegría, como temor o tristeza, para turbarnos la paz, el recogimiento, la unión perfecta con Dios? ¡Oh Jesús, oh María! Dadme fuerzas para desasirme de todo lo creado y arrancar de mi voluntad todo afecto que no sea DE Dios, EN Dios y PARA Dios.


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