30 DE OCTUBRE. SOLEDAD INTERIOR

 Para llegar a la perfecta soledad del alma tenemos, ante todo, que ORAR y orar con fervor para obtener sazonado y abundante fruto. La oración es el foco de las LUCES, porque en ella se despierta la fe y hace se derramen sobre la inteligencia claridades inefables. Los pensamientos terrenos se convierten en celestiales; se deja entonces de juzgar según las normas de la razón o según las ideas e inclinaciones particulares de cada uno, para someterse al magisterio de Dios, que ilumina el espíritu con su gracia divina.

Lo mismo acontece con el corazón de la ARDIENTE HOGUERA de la oración. En esta hoguera se purifica de todo apego al mundo y a sí mismo, e inflamándose pronto en el fuego del amor divino, vive en el mundo como sí en él no viviera, es decir, sin perder la unión con Dios, totalmente penetrado del sentimiento de su presencia. Santa Teresa, después de haber estado en contemplación, se sentía atraída de tal manera hacia el Bien supremo, que sentía como si tirasen de ella con cuerdas. 

El RENUNCIAMIENTO a nosotros mismos y a cuanto no se refiera a Dios es también condición esencial para la soledad interior. El pájaro no puede volar si se halla atado a la tierra no más que por un  hilo; lo mismo pasa con el alma, que, sujeta por cuanto excita la curiosidad, o derramada al exterior por la disipación, el afán de noticias y por mil inutilidades que la divierten y distraen, le es imposible elevarse hasta el Señor. Tiene, si quiere volar, que renunciar a los goces y a comodidades de la vida, que desasirse de sí misma, de la propia estimación, de los gustos, de las fantasías; tiene que sacrificar el amor propio y aprender a conformarse con todo. Solo a este precio podrá Dios reinar en nosotros, dominar por la gracia nuestra altanera y rebelde naturaleza y establecer esa íntima soledad en que él lo es todo, y donde el mundo y el espíritu natural nada son.

¡Oh Dios mío, Sol esplendoroso, Hoguera ardiente donde se inflaman los corazón! Por los méritos de Jesús, de María, de José y de todos los santos, te ruego consumas en mi cuanto no sea de tu agrado; atrae a ti, con el imán de tus perfecciones, todo el amor de mi alma. Infúndeme espíritu de ORACIÓN y de RENUNCIAMIENTO, ayúdame a cumplir fielmente los siguientes propósitos: 1º hacer de tu voluntad norma de mis pensamientos, deseos y conducta; 2º repetir con frecuencia estas palabras de la Imitación de Cristo: "NADA es cuanto no es Dios y en NADA se ha de imitar (lib. 3, cap. 3)."

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