6 DE OCTUBRE. SAN BRUNO, FUNDADOR DE LA CARTUJA

 San Bruno, nacido en Colonia en la primera mitad del siglo XI, recibió del cielo los más preciosos dones. Nobleza de nacimiento, talento, fortuna, gracia externa, inteligencia clara y vigorosa, aptitud para las ciencias y la práctica de las virtudes, todas estas cualidades se derramaron sobre este niño como para que fuese más grande su sacrificio el día que se retiró a la soledad.

Mientras los hombres APLAUDÍAN sus éxitos en la cátedra y le nombraban canciller de las escuelas y canónigo magistral de la diócesis de Reims, San Bruno, llamado "el Maestro", a causa de sus extensos conocimientos, pensaba enterrar su fama en el silencio del desierto, para ser conocido únicamente por Dios. Y es que había comprendido la sublime ciencia que se encierra en la búsqueda de SOLO DIOS, y en ella encontraba fuente abundante de sabiduría, de virtudes, de méritos y de paz.

Los grandes SOLITARIOS DE EGIPTO, que vivían en incultos parajes, le parecían, por el amor que también él sentía a la soledad, los únicos modelos que debía imitar. Con seis compañeros se propuso renunciar al mundo, y con la autorización de San Hugo, obispo de Grenoble, se estableció en unos ásperos montes de esa diócesis, llamados Cartujos, y allí hizo edificar un templo y un monasterio para cantar con sus monjes las alabanzas del Altísimo, en la región más inaccesible y silenciosa. Entregado por completo a las penosas tareas de limpiar de maleza aquellos montes y de cuidar de su familia espiritual, gustaba la alegría de ser OLVIDADO DE LAS CRIATURAS y pensar únicamente en el Creador. El trabajo y la oración le absorbían todo el tiempo; amaba la soledad como a una madre, y este amor le hacía más fácil la práctica de la penitencia, de la abnegación y de la unión con Dios.

¡Oh cuán favorable es el retiro para el ejercicio de las virtudes! 1º la HUMILDAD no encuentra en él ocasión de vanagloria; 2º el RECOGIMIENTO no se pierde por el tráfago del mundo ni por noticias del exterior; 3º la ORACIÓN se ve favorecida por el silencio, alejada de los negocios, sumergida en las gracias que prodiga el Señor a quienes abandonan todo por su amor.

¡Dios mío! ¡cuántas veces he podido darme cuenta de esto! Porque siempre que para ORAR te sacrifico una conversión innecesaria o un descanso inútil, recibo de ti luces y socorros que me llenan de paz, haciéndome gustar por anticipado como algo de las delicias del cielo. Concédeme la gracia de amar cada día más la vida retirada, silenciosa y recogida que tanto favorece al espíritu interior. Haz que sepa aprovecharme de las horas de silencio y de soledad para unirme a ti en la oración y no buscar más que a ti.


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