9 DE OCTUBRE. VENTAJAS DE LA VIDA INTERIOR

 El primer medio para ejercitarnos en la vida interior es el RECOGIMIENTO, que, apartándonos del mundo exterior, nos hace vivir interiormente con Dios. Todo aquello que llama la atención de los sentidos y de la imaginación nos distrae de las cosas espirituales y tiende a quitarnos la devoción. El recogimiento, por el contrario, nos desprende de los objetos que nos rodean, nos ayuda a pensar en Dios y nos acerca a él. De esta manera comienza en nosotros el trato íntimo y habitual del alma con Dios.

La MEDITACIÓN es el segundo medio para adelantar en la vida interior, porque por ella nuestra fe se ilumina y nos eleva a la contemplación de los divinos misterios. La oración hace que se dilate la esperanza, llenándonos de santa alegría, y se inflame la caridad, que dará entonces copiosos frutos de devoción en el servicio de Dios y del prójimo. Todas las virtudes se acrisolan y avivan en la oración; por eso los santos empleaban en ella largas horas diariamente y hasta noches enteras. ¡Cuán distintos de ellos somos nosotros, que quizá la rehuimos o abreviamos cuanto podemos!

Para que esta oración nos sea más provechosa, practiquemos la ABNEGACIÓN, tercer medio para ejercitarnos en la vida interior. Sin el renunciamiento a nosotros mismos, a las malas inclinaciones y a la propia voluntad nos sería imposible unirnos estrechamente con Dios. ¿Qué puede haber de común entre el vicio y la virtud, entre Cristo y el Demonio? Si no vencemos a este último, el reinado de Jesús no podrá establecerse en nosotros. Porque las gracias divinas se nos conceden en proporción de nuestra fidelidad en mortificarnos, en combatir la presunción, los apegos terrenos y la servidumbre a que nos tienen reducidos nuestros sentidos.

Quizá porque somos cobardes no logramos la unión con Dios apetecida. ¿Por qué con tan escaso éxito si desde hace tanto tiempo nos esforzamos en vivir recogidos interiormente? Sin duda alguna, porque hasta ahora no hemos sabido asestar a las pasiones el golpe mortal. Somos aún demasiado impacientes, nos dejamos llevar del genio. La inquietud, la agitación y la demasiada solicitud se apoderan con excesiva frecuencia del corazón. El Señor es el Dios de la paz y gusta habitar especialmente en las lamas pacificas y desasidas de todo, que tan solo quieren buscarle a él.

¡Oh Jesús mío!, apacigua las potencias de mi alma. Da reposo a mi corazón, tranquilidad a mi conciencia; hazme siempre obrar tus divinas miradas con la única intención de glorificarte y agradarte. Por intercesión de tu santísima Madre, María, concédeme la gracia de cumplir mis obligaciones en espíritu de RECOGIMIENTO, DE ORACIÓN Y DE SACRIFICIO.

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