11DE NOVIEMBRE. DEBEMOS ORDENAR NUESTRA VIDA

El medio por excelencia para utilizar bien el tiempo o emplearlo santamente es ordenar la manera de vivir y hacernos como una LEY de la norma de vida que nosotros mismos nos impongamos. Decía San Gregorio Nacianceno que daba él tanta importancia a esta reglamentación, que la consideraba como base necesaria de la buena conducta. -Por eso, quien vive sin norma, pronto se convierte en esclavo de los caprichos, del genio o de las inclinaciones naturales. Cuando le apetece rezar, reza; si no le apetece, abandona los ejercicios piadosos y procede de la misma manera con todos sus deberes, que cumple cuando le parece bien.

Por el contrario, quien sabe sujetarse a la regla de vida, jamás es INCONSTANTE. Como  vivió ayer vive hoy. Desconoce el tedio, la incertidumbre y la ociosidad de quienes nunca concretaron nada. Su plan está trazado desde hace mucho tiempo, y no tiene más que seguirlo, seguro de hacer la voluntad de Dios. Como sabe a qué horas debe meditar, orar y trabajar, no se agota al tener que hacer las cosas con premura, ni tampoco deja que el tiempo pase, deteniéndose más de lo debido en una acción, cuando sabe que en un momento preciso deberá comenzar otra. Todo lo hace con CORDURA y prudencia, porque obra siguiendo un norma de conducta.

Siempre tranquilo y apacible, no desperdicia un momento, sino que todos los emplea en el cumplimiento de sus deberes. Por eso, al que tiene regla de vida se le pueden aplicar estas palabras de la Imitación de Cristo: "Os alegraréis al atardecer, después que hayáis pasado el día con provecho."

Pero ¡cuán grande habrá de ser mi gozo a la hora de la muerte, atardecer de la vida, si habiendo ordenado bien mi conducta, supe emplear útilmente el precioso tesoro del tiempo que quisiste confiarme, empleándolo del modo más noble y más conforme con tu divina voluntad! Entonces tendré la dicha de escuchar de tus labios estas palabras: "Muy bien, siervo bueno y fiel..., ven a participar del gozo de tu Señor (Mat. 25, 23)." ¡Oh cuán saludable es, por tanto, trazarse una regla de vida y no apartarse nunca de ella!

Veamos si no obramos muchas veces por impulsos, impresiones o sentimientos, en vez de obrar al dictado de los buenos principios y sana razón. ¿No omitimos muchas veces la meditación, el examen de conciencia y los rezos por el mero hecho de que el tedio o el cansancio nos alejan de ellos? ¿No abandonamos muchas veces las lecturas piadosas, el estudio y el trabajo en cuanto nos fastidian o aburren? Si procedemos de este modo es porque nos dejamos llevar del instinto, en lugar de guiarnos por el recto juicio. Si vivimos en medio del mundo, hagámonos una regla de vida, y después que nuestro confesor la haya aprobado, observémosla fielmente. 

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