12 DE NOVIEMBRE. LEVANTARSE

 Cuando suena la hora de levantarnos figurémonos que el ángel de la Guarda nos dice como otro ángel dijo a San Pedro: "Levántate PRESTO (Hechos 12, 7)." O bien recordemos la resurrección de los muertos, cuando suene la trompeta que los llamará a juicio: ¡Levántate, estás muerto! (San Jerónimo); o las palabras que el Espíritu Santo inspiró a San Pablo: "Levántate tú que duermes y resucita  de la muerte, y te alumbrará Cristo (Efes. 5, 14)."

Mientras nos VESTIMOS podemos meditar estas palabras que se refieren a Jesús en la Pasión: "Habiéndole puesto otra vez los propios vestidos, le sacaron a crucificar (Mat. 27, 31)." Nuestra vida en la tierra tiene que ser una constante crucifixión de las malas inclinaciones, y cuando nos vestimos podemos pensar que nos aprestamos a crucificarlas en unión del divino Redentor. Procuremos, sobre todo, revestirnos del espíritu de Jesús, que al entrar en el mundo dijo al eterno Padre: "heme aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad (Hebr. 10,9)." Apropiémonos lo que mejor nos convenga de estos pensamientos.

No dejemos, sobre todo, de apreciar el gran BENEFICIO DE LA VIDA que Dios nos concede, y digamos: "Todavía te dignas, Señor, darme un día más de vida; día que a muchos les niegas y que a mí me concedes para que lo emplee en la obra de la salvación. Durante el tiempo que ha durado mi sueño han muerto aproximadamente en el mundo de veintisiete a treinta mil personas, y ninguna de ellas, por tanto, podrá gozar de esta gracia preciosa de la vida. Millones de condenados, desde el abismo de los infiernos, quisieran padecer toda clase de suplicios con tal de poder vivir una sola hora, pero eternamente estarán privados de ello. ¡Oh Dios mío!, ¡cómo debiera yo aprovechar los instantes que me concedes!

Bajo la impresión de estas reflexiones REGLAMENTEMOS desde la mañana la jornada espiritual; propongámonos vivir recogidos aun en medio de las ocupaciones; ofrezcamos a Dios los pensamientos, palabras, acciones, sufrimientos y hasta los latidos del corazón, para que así todos los momentos del día estén consagrados a la gloria del Señor y a nuestra perfección y salvación.

¡Oh Dios mío! ¡Cuántas personas sirven a otras, simples mortales como ellas, y se afanan por ganar en pago de sus sudores un jornal más o menos grande. Tú eres el Señor inmortal, el Rey eterno, y me prometiste paga SIN MEDIDA y recompensa SIN FIN; por tanto, quiero servirte con todo el ardor y con todo el amor de mi corazón. -Por los méritos de Jesús y de María, te ruego me infundas el valor necesario para levantarme siempre a hora fija, y desde ese momento consagrar el día a ALABARTE por tus grandezas, a DARTE GRACIAS por los beneficios que quisiste concederme y a PEDIRTE las gracias que tanto necesito para poder cumplir fielmente todas mis obligaciones.

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