13 DE NOVIEMBRE. SAN ESTANISLAO DE KOSTKA

 Habiendo la Santísima Virgen asegurado a San Estanislao que era verdadera su VOCACIÓN de ingresar en la Compañía de Jesús, el joven, para ser fiel a ella, no vaciló en recorrer seiscientas leguas a pie y por malos caminos. Sin detenerse a contemplar la parte artística e histórica de Roma, entró en el NOVICIADO de los Jesuitas. Fue tan grande su fervor, que no podía comparársele en esto ningún novicio. Insensible a la estima y a las alabanzas, amaba la ABYECCIÓN, gustaba emplearse en los oficios más viles y aun deseaba recibir todas las reprimendas. Nunca se le oyó ni disculparse ni acusar a los demás; tampoco quiso nunca hacer nada para evitarse un sonrojo. Aunque había conservado intacta la inocencia bautismal, sentía sed insaciable de MORTIFICACIONES; quería practicar tales rigores, como no los hubiera practicado mayores de haber sido gran criminal. ¡Qué distinto de tantos que, habiendo pecado mucho, hacen cuanto pueden por evitar las más pequeñas molestias!

Después de haber renunciado a la gran herencia de sus padres, se guardó muy bien de apegarse a los objetos de que se servía para su uso. DIOS SOLO era su tesoro. Entregado por entero al recogimiento, a la oración, a la abnegación de sí mismo, obedecía a los Superiores y observaba la Regla con extraordinaria perfección, aun cuando a veces supusiera para él tener que violentar mucho sus inclinaciones.

Su gran fidelidad le mereció el don del AMOR DIVINO, que de tal modo le inflamaba, que a veces hasta hubo de recurrir al agua de las fuentes para templar el fuego que le consumía. Su ternura hacia María, a quien devotamente llamaba su Madre, no tenía límites, y tuvo la dicha de morir el día de la Asunción, como había deseado. San Estanislao apenas tenía dieciocho años, y ya había adquirido consumada santidad. Por su vida podemos convencernos de cuán verdad es que para santificarse basta con ser perfectamente dócil y fiel a las inspiraciones del Espíritu Santo.

Pero, ¡oh Jesús mío!, ¡cuán lejos estoy de poseer esta docilidad y fidelidad! Quisiera alcanzar la perfección, pero la voy buscando por el camino fácil del reposo, del bienestar y de mis inclinaciones naturales. Rara vez soy capaz de vencer el mal humor; me resisto a sacrificar el placer o la satisfacción por obedecerte. Mayor trabajo aun me cuesta renunciar a mi propio juicio o a mi propia voluntad, para sujetarlos a lo que me contraría. ¡Oh Señor amadísimo! Infúndeme esa flexibilidad, esa docilidad, esa vigilancia que hicieron a San Estanislao tan conforme con tu Corazón. Haz que siga, como él, el camino que me llevará a ti, camino de docilidad a la gracia en todos los detalles de mi vida; así permaneceré siempre unido a ti, me aseguraré en tu amor y multiplicaré los méritos para le eternidad.

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