22 DE NOVIEMBRE. SANTA CECILIA, VIRGEN Y MÁRTIR

 Sabía desde la infancia Santa Cecilia cuán grande es el VALOR de la pureza. Además, el divino Maestro le había inspirado tomarle por Esposo, consagrándole su virginidad. Fiel al voto de castidad que entonces hizo, mereció estar protegida por un ángel resplandeciente, que dejándose ver de ella, la defendía contra las asechanzas del mundo y de sus secuaces. Obligada por sus padres a desposarse con Valeriano, le dirigió en la noche de boda las siguientes palabras: "Valeriano, yo estoy bajo la custodia de un ángel que protege mi virginidad; nada, por tanto, intentes hacer conmigo que atraiga sobre ti la ira de Dios." Conmovido el joven romano al escuchar estas palabras, no se atrevió a acercarse a ella y expresó sus deseo de ver a aquel ángel del Señor, añadiendo que creería en Jesucristo en cuanto pudiera contemplarle. Cecilia le prometió que se realizaría su deseo en cuanto creyera y recibiera el bautismo.

Animado por la promesa, Valeriano se hizo bautizar, y al volver junto a Cecilia, la encontró orando, teniendo junto a SÍ UN ÁNGEL del Señor, refulgente como el sol, pues el rostro luminoso y las alas, de los más bellos colores, despedían resplandores divino. El ángel tenía en sus manos dos coronas tejidas de lirios y rosas, y colocando una de ellas obre la cabeza de Cecilia y la otra sobre la de Valeriano, les dijo: "Mereced siempre estas coronas que os traigo del Jardín del Cielo, por la pureza del corazón y por la santidad de vuestros cuerpos." ¡Cuán excelente es la virtud de la castidad! Atrae a los ángeles del Dios tres veces santo, nos hace agradables a los ojos de Esposo de las vírgenes, que nos colma de bienes y nos prepara coronas inmortales en premio de las victorias sobre el infierno, el mundo y los sentidos.

Para conservar intacta la virtud, practiquemos el perfecto DESPRENDIMIENTO, que practicó Cecilia, quien aunque educada con toda delicadeza en un rico palacio, ayunaba con rigor, llegando a abstenerse de alimento durante varios días consecutivos. Bajo sus trajes sutuosos llevaba áspero cilicio; huía del mundo y se aplicaba con ardor, siempre renovado, a la práctica de la oración. Tan cierto es que los santos lo mismo

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