24 Nov. DEPENDEMOS DE DIOS EN EL ORDEN DE LA GRACIA

 Si la dependencia con relación a Dios en el orden de la naturaleza nos obliga a pensar siempre en él, ¡Cuánto mas habrá de obligarnos la dependencia de él en el orden sobrenatural! Sin ayuda de la gracia NADA PODRÏAMOS, ni "concebir un buen pensamiento (2 Cor 3,5)", ni "confesar que Jesús es el Señor (1 Cor 12,3)", por que es "el mismo Dios el que obra todas las cosas en todos (1 Cor 12,6)", de tal forma, que después de haber cumplido sus divinos preceptos, debemos decir: "Somos siervos inútiles, no hemos hecho más de lo que ya teníamos obligación de hacer (Luc 17,10)"


¡Cuántas tinieblas hay en nuestro espíritu y cuántas pasiones y flaquezas en nuestro corazón! ¡Son tantos los vicios contra que luchar, tantos los defectos que corregir y tantas las enfermedades espirituales que curar! Además, son muchas las virtudes que necesitamos plantar y afirmar en el alma. Necesitamos vivísima fe, esperanza segura y una ardiente caridad. El Concilio de Trento declaró "anatema" a todo aquel que pretenda creer, esperar, amar, arrepentirse y ser justificado por sus propias fuerzas únicamente (sess 6ª can, 3). El auxilio de Dios nos es, por tanto, ABSOLUTAMENTE NECESARIO. Ningún destello de su gracia podrá venir a nosotros si el Señor no nos lo envía. Entonces, ¿Cómo osamos atribuirnos, no solo los buenos pensamientos, sino también hasta las mismas virtudes que practicamos? "¿Qué cosa tienes , pregunta el apóstol, que no hayas recibido de Dios? Y si todo lo que tienes lo recibiste de él, ¿de qué te jactas, como si no lo hubiese recibido? (1 Cor 4,7)"


Meditemos a cerca de estas verdades y haciendo examen de ellas, reconozcamos ante Dios, cuán ciego, cuán soberbio y cuán ingrato soy, puesto que me siento inclinado a APROPIARME de todo cuanto de ti proviene, aun de tus dones  mas preciosos, pues nada existe de mas valor que la divina gracia, don sobrenatural infinitamente mayor que todo el universo. Ninguna fuerza terrena, ni mérito humano alguno, podrían alcanzármela, y, sin embargo, muchas veces, por absurda vanidad, tengo la osadía de atribuírmela injustamente.


RESOLUCIONES:

1- reconocer las grandezas, las infinitas perfecciones y la impotencia total en que me encuentro para elevarme a Dios, sin su ayuda.

2- Rendirle constantemente homenajes de adoración, de agradecimiento de dependencia, de sumisión, de confianza y amor.

3- Pedirle a Dios que ilumine sin cesar, que me proteja y asista con esa constante Providencia con que lleva las almas a la perfección y a la eterna Bienaventuranza.

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