23 Nov. POR QUÉ DEBEMOS ORAR SIN TREGUA

"Sin Mí, dice el divino Salvador, NADA PODÉIS HACER (Juan 15,5)" Es, por tanto, tan necesario salvarnos como ser asistidos por la gracia divina. Pues si queremos santificarnos, ésta nos es absolutamente imprescindible en todo momento de la vida espiritual. Sabemos que la gracia solo se obtiene por los sacramentos y la oración; de lo que se desprende que esta última tiene que empezar, acompañar y terminar todas las obras para que sean perfectas y dignas de Dios. Por eso Cristo no nos dijo tan solo. "Hay que orar todos los días o de cuando en cuando", sino que en su infinita sabiduría pronunció estas palabras: "Conviene orar PERSEVERANTEMENTE y no DESFALLECER (Luc 18,1).

Para demostrar la necesidad de este precepto divino basta pensar un poco en lo que es la vida, esta LUCHA CONSTANTE contra las malas inclinaciones, de la cual no podemos salir vencedores, de no ser por las gracias que obtenemos mediante la oración. Si habitualmente no recurriéramos a Dios, careceríamos de luces, no nos preocuparíamos de la vida interior, y con frecuencia nos veríamos esclavos de las imperfecciones. Por el contrario, según san Buenaventura, "si la oración es asidua rompe todos los afectos desordenados, llena el alma de buenos deseos y nos da valor para extirpar los defectos y excitarnos en la virtud".

Por eso, LOS GRANDES SIERVOS de Dios nunca se cansaban ni saciaban de conversar con él. De día y de noche, en todo tiempo, en todo lugar, en cualquier ocupación, se entretenían con el Señor. La oración era el bálsamo de dulzura y suavidad para sus corazones; sin cesarse elevaba de sus almas hacia el cielo como incienso aromático, que atraía sobre ellos los mas abundantes y preciosos favores.

A su ejemplo, esforcémonos por entretenernos constantemente con Dios, con este Dios de bondad, presente siempre en nosotros. No dejaríamos de hacerlo si realmente estuviéramos convencidos del VALOR de las gracias divinas y de la NECESIDAD que de ellas tenemos. El deseo de poseer los tesoros celestiales, el vernos tan inclinados al mal, la convicción de nuestra impotencia para el bien, bastarían para infundirnos valor para orar sin tregua. ¡Si de verdad comprendiéramos los intereses de nuestra alma, sentiríamos hambre y sed de pedir los dones celestiales en todos los instantes de nuestra vida!...

RESOLUCIONES:

1- No omitir nunca las prácticas piadosas, a pesar del tedio, desgana, pereza...
2- Renovar con frecuencia la intención de agradar al Señor.
3- Demostrar por medio de actos, el respeto, la gratitud, el arrepentimiento, la confianza y amor que se merece Dios.

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