3 DE NOVIEMBRE. LA ORACIÓN POR LOS MUERTOS

 El pensamiento de rogar por los difuntos nos recuerda los castigos que por nuestros pecados, tal vez sin expiar, merecimos. Este pensamiento nos lleva a REPARA EL PASADO, llorando con mayor amargura las culpas que en la infancia y juventud cometimos, de las que quizá no nos arrepentimos bastante y por las que, sin duda, tendremos que pagar una deuda temporal a la Justicia divina. También el pensamiento de orar por los muertos nos infunde mayor aborrecimiento al pecado mortal, como conviene a la penitencia perfecta, y atención particular para no descuidar tampoco el dolor de nuestras más leves faltas, para que sean borradas ante Dios. Deploremos, pues, no solo las culpas graves sino también toda imperfección. Dolámonos de las impaciencias, del genio vivo, de la pereza, de la negligencia en el servicio de Dios, del mucho tiempo perdido en conversaciones inútiles, nunca sin pecado. Dolámonos también del afán de buscar siempre cuanto halaga nuestros gustos o vanidades, que se complacen en supuestos méritos y buenas cualidades. 

Pero el mejor medio de expiar faltas tan frecuentes será corregirnos de ellas, haciéndonos CADA DÍA más humildes, más recogidos, más vigilantes, más penetrados de temor de Dios y de dolor de los pecados. Todas las mañanas digámonos, con San Carlos Borromeo: "Hoy empiezo, ya de una vez, a santificarme", es decir, a huir de la cobardía y de la indolencia, a vivir bajo las miradas del Juez soberano, a cumplir las obligaciones fervorosamente, con la calma debida, con recta intención y espíritu de oración, siempre dispuesto a abrazarnos con el beneplácito divino, sometiéndonos en todo a su santísima voluntad.

Obrando así, consolidamos la virtud y aseguramos su CRECIMIENTO. Gracias al pensamiento saludable del purgatorio estaremos siempre dispuestos a corregirnos de los defectos, y sobre todo a huir de la disipación, que nos incomunica con Dios; de los actos de presunción, que nos ponen en peligro de ofenderle; de las pequeñas resistencia a los Superiores, de la falta de sencillez con ellos; en una palabra, de las faltas veniales que por costumbre cometemos y que, según Santa Teresa, son más de temer que todos los demonios del infierno. Si solo temiéramos los castigos de la justicia humana, no nos atreveríamos a cometerlas, y ¿mancharemos con ellas el alma, conociendo las terribles amenazas contra los pecadores que profiere la Justicia divina?

¡Oh Dios mío! Por los méritos de Jesús y de María, inspírame vivísimo deseo de aliviar a las almas del purgatorio. Para ello, hazme comprender cuán necesario es evitar el pecado, si quiero ayudarlas con mayor eficacia. Infúndeme gran temor de tus rigurosos juicios y de tu inexorable justicia. Quiero a todas las hora del día prepararme par cuando llegue la hora suprema, como lo haría si superia que había demorir hoy mismo.

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