30 Nov. SAN ANDRES APOSTOL

El apóstol San Andrés fue primero discípulo de Juan Bautista; pero en cuanto oyó al Precursor decir de Jesús que venía a su encuentro: "He aquí el cordero de Dios, ved aquí el que quita los pecados del mundo (Jn. 1, 29)", se fue en pos de Jesús. Desde entonces escuchó con fervor las ENSEÑANZAS del divino Maestro y comenzó a poner en práctica su doctrina. Después de Pentecostés e inflamado de celo por el Espíritu Santo, PREDICÓ el Evangelio en Jerusalén y en los países fronterizos. Detenido, azotado y encarcelado por el nombre de Cristo en unión de los otros apóstoles, aumentaron aún sus deseos de conquistar corazones para Dios. ¡Cuántas fueron las conversiones que logró en Escitia y sobre todo en Acaya! En este último país fundó iglesias, ordenó sacerdotes y consagró obispos. No podemos concebir cuán grande fue su solicitud en propagar la fe, al tiempo que se santificaba más y más a sí mismo. Esta es precisamente la característica del amor verdadero, que nos hace alcanzar de Dios lo que queremos infundir a los demás.

Así procedía San Andrés. Todas las mañanas ofrecía, como él mismo dice, el Cordero inmaculado, inflamándose de ardor en la hoguera de la caridad divina. Se entregaba durante muchas horas a la oración y atraía sobre su ministerio las bendiciones del cielo. Por eso su palabra, confirmada por sus virtudes y milagros, era como espada de dos filos, que desprendía del paganismo a muchedumbres de almas conquistadas para Jesús. Es que el amor, cuando es fervoroso como el de San Andrés, no se conforma con amar, sino que quiere propagar el incendio a todos los corazones.

¿Son éstos nuestros sentimientos? ¿No es acaso nuestro amor un amor cobarde, frío, egoísta, que va buscando más el reposo que el trabajo, que teme molestarse, sacrificarse por Cristo; que se queja de las penas, de las dificultades y de los escollos que encuentra en el servicio de Dios y del prójimo? Pongamos remedio a tan grave mal: 1º meditando con frecuencia los MOTIVOS que tenemos para amar a Jesús; 2º pidiéndole diariamente y con insistencia el don preciosísimo de su AMOR, en el que se encierran todos los bienes y por el cual somos capaces de practicar todas las virtudes. "Sobre todo, mantened la caridad, que es vínculo de perfección (Col. 3, 14)".

¡Oh Redentor amantísimo! Por intercesión de tu fervoroso apóstol San Andrés, te ruego me llenes de grandes deseos de santificarme para agradarte; haz que pueda atraer a ti al prójimo con oraciones, palabras y ejemplos. Que la meditación que hago por las mañanas, así como las demás prácticas de piedad, me infundan valor para vencerme, para renunciar a la pereza y a las aversiones y para cumplir exacta y generosamente todos los deberes con la intención de demostrarte agradecimiento y amor: AGRADECIMIENTO, puesto que quisiste morir para hacerme vivir, y AMOR, para corresponder al tuyo por mi alma, siempre tan tierno y tan ardiente.

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