5 DE NOVIEMBRE. EL PURGATORIO Y EL PECADO VENIAL

 La pena de daño priva a nuestra inteligencia y la voluntad, de la posesión del Bien supremo e infinito, y se convierte en una PENA superior y como ilimitada.

Absalón, a pesar de ser mal hijo prefería antes la muerte que no ser admitido en la presencia del rey su padre. El santo Job, imagen sensible de las almas que sufren, estaba cubierto de pies a cabeza de dolorosísimas úlceras, que le atormentaban noche y día. Sin embargo, como  observa Tertuliano lo que más amargura le causaba era el verse privado de la vista de Dios; por eso exclamaba, lleno de dolor: "Señor, ¿por qué me escondes tu faz? (Job 13, 24). Con estas palabras quería decir: "Para mí, el SUPLICIO MÁS INTOLERABLE de todos es el no gozar de tu presencia, ¡oh delicia de los cielos! Hasta el  infierno me fuera dulce si desde él pudiera contemplarte y unirme a ti." Este tormento es tan grande, que dice San Alfonso: si las almas del purgatorio  pudieran morir, morirían a cada instante del deseo que tienen de contemplar la Divinidad.

¡Cuán grande habrá de ser el mal que atrae sobre nosotros semejante castigo! Este mal es el pecado, el pecado que nosotros llamamos leve y que con tanta frecuencia cometemos, sin prever sus consecuencias. Si por nuestra vocación  hemos sido llamados a mayor perfección, procuremos aún con más atención evitar cualquier falta, por levísima que parezca. Los reyes de la tierra exigen de las personas de su séquito distinción y elegancia mayor que la de los demás súbditos. También el Rey de los cielos quiere que sus almas escogidas sean las que con más solicitud y constancia trabajen por conservarse puras y agradables a sus ojos. La mancha que cae en preciosa vestidura resalta más que muchas caídas en traje vulgar. Una falta leve en el alma preferida por sus virtudes desagrada más en cierto modo al Señor, que muchas pecados cometidos por un corazón ya manchado.

¡Oh Jesús! Por la pureza y el fervor de tu Madre Inmaculada, te ruego me concedas gran delicadeza de conciencia, que me haga evitar cualquier leve falta y toda voluntaria imperfección. Santifica mi espíritu y mi corazón por el recogimiento y la oración, purifica mis sentidos por la mortificación y perfecciona mi vida en la práctica de todas las virtudes. Me propongo hacer con frecuencia actos de CONTRICCIÓN y de AMOR, con el fin de borrar en mi cuanto te desagrade o pueda contristar al Espíritu Santo.

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