7 DE NOVIEMBRE. EL PURGATORIO Y LA RESIGNACIÓN

 "Nosotros somos hijos de santos y esperamos aquella vida que ha de dar Dios a los que siempre conservan en él su fe (Tob. 2, 18)." Cuando el avaro se entera de que ha aumentado su tesoros, y el ambicioso recibe la noticia de nuevos honores y dignidades, se sienten llenos de alegría al considerar el triunfo de sus afanes, y no dudarán en sacrificar cuanto fuere necesario por asegurar su efímera felicidad. Nosotros, que aspiramos a riquezas imperecederas y a grandezas inmortales, ¿seremos más cobardes que ellos? ¿Nos negaremos a abrazar las penas y sacrificios que nos ayudarán a alcanzar la eterna bienaventuranza?

¡Cuánto padecieron los MÁRTIRES Y LOS SANTOS animados con la esperanza del cielo! Al ser martirizado San Agapito, que solo tenía quince años, los verdugos colocaron carbones encendidos sobre su cabeza y él les dijo: "Poca cosa es que arda esta cabeza, que habrá de ser coronada en los cielos."- S. Francisco de Asís repetía con frecuencia: "El bien que espero es tan grande, que toda pena es placer para mí."

Que el pensamiento DEL REINO DE LOS CIELOS nos anime siempre en las penas. Recordemos que allí ya no habrá lágrimas, ni lutos, ni tristezas, y si alegría, siempre pura, dulce y embriagadora; que allí no existen los reveses, ni la enfermedad, ni las humillaciones, y si, en cambio, prosperidad, salud, gloria inalterable. Toda suerte de riquezas, de goces y de inefables deleites. ¿Qué no querrían sufrir los demonios y los réprobos durante millones de siglos, con tal de disfrutar de semejante felicidad, aunque solo fuera por breve espacio de tiempo? Con todo, nosotros, a quienes fue prometida esta dicha, nos negamos a padecer trabajos, y por nada queremos ser contrariados. ¿Qué haríamos si tuviéramos que padecer los oprobios, los dolores, las persecuciones y los suplicios de los mártires?... Y el cielo vale todo esto y más. ¿Por qué entonces somos tan delicados, tan sensuales, tan susceptibles? ¿Por qué nos impacientamos o descorazonamos tan pronto? Seguramente, porque nos olvidamos del premio magnifico que el Señor tiene reservado para los que se someten por entero a su divina Voluntad.

¡Oh Jesús, oh María!, sugeridme, cuando tenga que soportar alguna cruz, estas palabras del Apóstol: "Las aflicciones tan breves y tan ligeras de la vida presente nos producen el eterno peso de una sublime e incomparable gloria (2 Cor. 4, 17)." Hazme paciente al pensar que a cada instante, con mis trabajos, puedo enriquecerme: 1º de un nuevo grado de gracia santificante; 2º de un nuevo grado de resignación; 3º de un nuevo grado de gloria, por el cual los santos aceptarían con alegría padecer hasta el día del juicio final todos los dolores del mundo.

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