10 Dic. SENTIMIENTOS DE MARIA EN EL MISTERIO DE LA ENCARNACION

Hemos visto que la HUMILDAD fue el sentimiento que dominaba a María en el misterio de la Encarnación, tan glorioso para ella como consolador para nosotros. San Jerónimo, san Agustín y san Bernardo aseguran que esta virtud fue la que mejor la dispuso para su maternidad divina. "Si merecí ser Madre de mi Dios, reveló a Santa Brígida, fue porque conocí mi propia nada y me humillé profundamente." Su perfecta humildad fue causa de la turbación al oír las propias alabanzas por boca del celestial Mensajero.

También su obediencia fue motivada por esta virtud, y la llevó a abandonarse sin reservas a la voluntad divina. "He aquí la esclava del Señor, dijo: hágase en mí no según mis gustos y si según el deseo del Señor Todopoderoso, que se expresa en tus palabras." Gracias, pues, a la humildad de María, los hombres tuvieron un Redentor y el mundo se salvó eterno naufragio.

Pero ¡cuán numerosos son, por desgracia, los que no se aprovechan del beneficio de la Redención por negarse a imitar la HUMILDAD Y LA OBEDIENCIA de María! Estas dos virtudes fueron en Nazaret principio de salvación de los hombres; fueron también las que terminaron las que terminaron esta obra en el Calvario. Es, pues, necesario que reinen en los corazones de cuantos quieran salvarse. ¡Cuántos se perdieron por el orgullo y la desobediencia en la razón y erraron en la fe; cuántas otras se negaron a someterse a la Iglesia, observar sus preceptos, a seguir su consejos y a alcanzar por los sacramentos y la oración y la oración las gracias necesarias para perseverar!.

A todos parece decirles el Señor estas palabras: "En verdad os digo, que si no os hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mat 18,3)." Así como en la casa de Nazaret, símbolo de la Iglesia, resplandecen la humildad y la obediencia de Jesús, es necesario que estas dos virtudes brillen en todos nosotros. Porque no podríamos ser discípulos del Maestro divino si no estuviéramos  totalmente compenetrados con sus miras, sentimientos y conducta.

¡Oh Dios mío! que resistes a los soberbios y das gracia a los humildes, hazme triunfar de mi tendencia al orgullo y a la insubordinación, combatiendo, combatiendo diariamente:

1- la afición a alabarme y la vanidad de complacerme en mis obras y preferirme a los demás

2- la natural aversión que siento para someterme o sujetarme a quienes ejercen sobre mi tu autoridad. Quítame  todo deseo de encumbrarme, sino por el desprecio de mi mismo y de mi propia voluntad.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lecc XXII EXPLICACION DE DIOS (1)

LA VIDA INTERIOR

Lecc 21 EXISTENCIA DE DIOS (4)