12 Dic. LA SANTIDAD, DISPOSICION PARA LA VENIDA DEL SEÑOR

 La Iglesia repite el día de hoy las palabras del Apóstol: "Que vuestra modestia sea manifiesta a todos los hombres, pues el Señor está cerca (Filip 4,5)". Según san Francisco de Sales, por modestia hay que entender una virtud que todo lo ordena en el hombre; cuerpo, modales, manera de hablar, de vestir, inteligencia y voluntad. En otros términos, modestia es la santidad interior y exterior.

El INTERIOR debe estar ordenado por la docilidad, con Dios, obedeciendo sus preceptos y conformándose en todo con su divino beneplácito. Para esto es muy necesario combatir la excesiva actividad que agita y desordena el ENTENDIMIENTO; luchar contra la imaginación que disipa y hace perder el tiempo; contra la curiosidad, que corre siempre ávida de noticias y cosas inútiles, y contra todas las preocupaciones del pasado y del porvenir, que solo sirven para distraernos del presente.

En cuanto a la VOLUNTAD, hay que dirigirla valiéndose al mismo tiempo de firmeza y de condescendencia. "Sin firmeza, decía también san Francisco de Sales, la voluntad es caprichosa, ligera, inconstante y pasa de un deseo a otro sin fijarse en nada. Sin la condescendencia, la voluntad es pertinaz, insensata, desarma los ánimos, hiere el corazón y estropea cuanto toca".

Este gran santo, cuyas palabras acabamos de citar, no era ni débil, ni terco y ordenaba su vida entera conformándose en todo con la voluntad divina. Para nada tenía en cuenta sus gustos y aversiones, sino que obraba siempre apaciblemente, con rectitud y puesta la mira en el agrado de Dios. Todo su EXTERIOR denotaba  esta disposición de alma: el rostro, las miradas, los gestos y la conversación tenían un aire de modestia sencilla y natural, que hacía decir a san Vicente de Paúl, al hablar del santo Obispo de Ginebra, "que era una imagen perfecta de Nuestro Señor Jesucristo".

A ejemplo de san Francisco de Sales:

1- Penetrémonos de viva fe en la presencia de Dios

2- Esforcémonos, por nuestra fidelidad a la gracia, en sujetarnos plenamente a Él. 

Si así lo hacemos, resplandecerá en nosotros la modestia, que suaviza olas facciones, la voz, las miradas y los ademanes, y exhala por doquier el perfume de la virtud o el buen olor de Cristo.

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