13 Dic. VIRGINAL PUREZA DE SANTA LUCÍA

Santa Lucía sintió indecible dolor al enterarse de que contra su voluntad, la había prometido su madre en matrimonio. En cuanto logró de ella que la dejase en libertad de casarse, para evitar nuevas proposiciones quiso entregar a los pobres cuanto había de constituir su DOTE, y de acuerdo con la propia madre, fue vendiendo la futura herencia, lo mismo piedras preciosas y muebles lujosos, que las ricas fincas que poseían. Todo el dinero que iban recibiendo lo empleaban en redimir cautivos, libertar prisioneros, en ayudar a las viudas y a los huérfanos y en socorrer a todos los menesterosos.

Tan extraordinaria generosidad no fue, sin embargo suficiente para demostrar lo mucho que santa Lucía amaba la virginidad. Entregada al prefecto por aquél a quien sus padres la habían prometido prometido en matrimonio, no dudó un instante en dar la vida por ser fiel al divino esposo Jesús. "Hace tres años, dijo al juez, que entrego a Dios mis bienes; ya solo me queda sacrificarme yo misma como una hostia a su adorable Majestad." Y añadió que siempre se había puesto en guardia contra los lazos que tienden quienes corrompen el alma y el cuerpo, y que jamás había tenido mas amante que Cristo su Señor.

Estas palabras, que nos demuestran la inviolable pureza de santa Lucía, fueron confirmadas por un gran prodigio. Porque habiendo mandado Pascasio trasladarla a un lugar donde a su virginidad pusieran asechanzas, quedó como clavada en el suelo, y por mas que emplearon la fuerza para moverla de allí, ni los verdugos, ni a los oficiales que a ellos se unieron, ni siquiera varias parejas de bueyes pudieron arrancarla del sitio en el que en pie imploraba el auxilio del cielo. Pascasio, avergonzado y lleno de ira ante semejante derrota, mandó que se encendiese una hoguera alrededor de la santa, después de haberla cubierto de pez y de resina. pero las llamas respetaron a la virgen inocente que Jesús protegía, y para quitarle la vida fue necesario atravesarle la garganta con una espada.

EXAMINEMOS:

1- si, como santa Lucía, apoyamos la virtud de la castidad en Dios, en la oración y en la huida de todo peligro.

2- si, como ella, permanecemos firmes en el combate, hasta el extremo de que ni el mundo, ni el infierno, ni el fuego de la concupiscencia puedan jamás alcanzar victoria sobre nosotros.

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