21 Dic LA BONDAD DIVINA EN EL TRIBUNAL DE LA PENITENCIA

 El Señor aborrece la iniquidad y, por tanto, existe como una barrera infranqueable entre él y el pecador. Sin embargo, por efecto de la Encarnación, la misericordia divina da tal poder al sacramento de la Penitencia, que inmediatamente de ser pronunciadas las palabras de la absolución, el obstáculo que existe entre Dios y el alma pecadora, vuelve a gozar de nuevo del favor divino. El alma, que antes por sus culpas causaba espanto, se transforma y queda hermosísima a los ojos del Señor, que la ama ya como la amó al salir de las aguas bautismales.

El pecado mortal nos había arrebatado la gloria de la adopción divina, la semejanza y unión con Jesús, la presencia sustancial del Espíritu Santo en nuestra alma, los méritos adquiridos y el poder de merecer, privándonos además de la protección especial que María y toda la corte celestial dispensan a quienes están en comunión de los Santos. Todos estos privilegios se nos restituyen por la absolución sacramental, y aun nos los devuelve con creces, a medida de la excelencia de nuestras interiores disposiciones.

El caer en desgracia de Dios trae consigo la pérdida del Cielo y el reato de los suplicios eternos. La condenación excluye a las almas de la familia del Creador, las relega al numero de sus enemigos, las coloca bajo el yugo del demonio y las recluye definitivamente en el infierno. Pero la absolución cierra el infierno, abre el Cielo y hace que los ángeles desciendan hasta nosotros. Entonces Dios mismo se inclina sobre nuestra alma para darle el beso de paz, y en su misericordia la proclama hija y heredera suya, "heredera de Dios y coheredera con Cristo". (Rom 8,17).

Ya que tenemos la dicha de podernos confesar cada ocho días, procuremos excitar el corazón a sentimientos de amar a un Dios digno de infinito amor, hemos procedido de contrario modo al ofenderle. Luego propongámonos sinceramente no solo evitar las faltas pequeñas, sino también vivir recogidos, pendientes de Dios, de sus inspiraciones, constantes en orar y renunciarnos en todas las ocasiones.

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