23 Dic. BENEFICIOS INCONTABLES DE LA ENCARNACIÓN

Son incontables los beneficios que el Verbo eterno nos hizo al encarnarse por nosotros. No solo nos creó a su imagen, con preferencia a tantas criaturas irracionales, sino que también quiso redimirnos después de nuestra ruina, cosa que no realizó con los ángeles caídos. Para ello, hubiera podido nacer y vivir en el mundo como PRINCIPE RICO y poderoso, libre de toda pena y trabajo y honrado por los hombres. Pero, en este caso, no nos hubiera persuadido a practicar la mortificación, ni el renunciamiento, ni la paciencia; nos hubiéramos visto privados de consuelos inefables a carecer de los EJEMPLOS del Redentor, que, como nosotros y aún más que nosotros, quiso soportar las privaciones, los sufrimientos y los oprobios. Por eso el amantísimo Señor no solo nos dijo "Bienaventurados los pobres, bienaventurados los que sufren y los que lloran", sino que tomó sobre sí nuestros padecimientos y tristezas, y, como dice el Apóstol, "se halla igualmente rodeado de miserias". (Hechos 5, 2)

Aún más, el divino Redentor echó sobre sí el peso de tantos PECADOS, por los que sentía horror infinito. Si hubo santos que se desmayaron solo al considerar lo que era ofender a Dios, ¿Qué sentiría la Inocencia y la Santidad misma, el Verbo encarnado, al ser como embestido desde el instante de su concepción por todas las blasfemias, sacrilegios, injusticias y crímenes del género humano? Nada, sin embargo, le causó mayor angustia que las iniquidades del pueblo cristiano, pueblo escogido y amado de su Corazón. Nuestras ingratitudes fueron el tormento que mayor dolor causó a Jesús, que con tanta ternura nos amaba y prodigaba sus favores. ¡Cuántas penas y trabajos le hemos costado!

Según Santo Tomás, el divino Redentor QUISO SUFRIR sin tener en cuenta sus méritos infinitos, es decir, con todo el rigor que exigían los crímenes del mundo entero. He aquí el motivo por el cual durante toda la vida padeció en el cuerpo y en el alma más que todos los penitentes, anacoretas y mártires del mundo.

¡Oh Jesús!, cuando considero los dolores y sacrificios que quisiste imponerte por mí, me pregunto: ¿Dónde están mis buenas obras, actos de renunciamiento, de paciencia, de condescendencia, con el prójimo, que yo te debo en PAGO de tanto amor? Por desdicha, tan solo encuentro en mi vida negligencias, perfidias e infidelidades. Por intercesión de María, Madre de Misericordia, te ruego me infundas firme voluntad de corregirme: 

CONSIDERA:

1º lo que hubiera sido de mí SIN TI 

2º los MALES INMENSOS de que me preservaste y los innumerables bienes que en cambio me otorgaste; 3º que debo hacer por ti para corresponder a tus BENEFICIOS.

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