31 DE DICIEMBRE. EL ÚLTIMO DÍA DEL AÑO

 ¡Qué arrepentimiento debiera inspirarnos el recuerdo del año que acaba de transcurrir! Dios nos lo concedió con la misma intención que el amo de la parábola de los talentos entregó el dinero a los criados, es decir, para que lo hiciéramos rentar. Sin embargo, ¿Qué hicimos con él? ¡cuántas faltas e imperfecciones hemos cometido y cuántas gracias recibidas hemos desaprovechado! Hemos desperdiciado o empleado inútilmente muchos momentos preciosos. No hemos cumplido la obligación con la regularidad, constancia e intención debidas. Descuidamos muchas ocasiones para crecer en virtud y méritos. Estos motivos debieran movernos a compunción, puesto que termina un año en que con gran frecuencia prometimos a Dios amarle sin reservas.

La vista de nuestras imperfecciones, siempre renovadas, debiera hacernos apreciar aún más la misericordia divina. A pesar de nuestro olvido, cobardía e ingratitud, el Señor no se cansa de colmarnos de bienes. Hasta parece que multiplica sus beneficios en razón de nuestras infidelidades. ¡De cuántos males nos preservó o nos rescató durante el curso de este año! ¡Qué de favores nos prodigó! El habernos conservado la vida, el habernos proporcionado auxilios naturales y sobrenaturales: la oración, los sacramentos, los buenos consejos y los ejemplos edificantes, ¿no son medios muy al alcance para que nos santifiquemos y salvemos? Es natural, después de haber recibido tantos beneficios, que rindamos a Dios por ellos en este día el justo homenaje de nuestra gratitud.

Y la mejor manera de demostrar a Dios este agradecimiento es emprender desde ahora vida más santa y fervorosa. El año nuevo que se presenta es como campo que nos ofrece el Señor para cultivarlo, sembrando en los surcos de sus días buenas obras para el cielo. Prometámosle, por tanto: 1º evitar toda falta hecha con propósito deliberado, por leve que nos parezca;  2º ser para lo futuro más avaros del tiempo, más cuidadosos en las prácticas piadosas, más dedicados al recogimiento y más fieles a la gracia; 3º combatir sin tregua el defecto dominante, ejercitar diariamente las virtudes, sobre todo las contrarias a los vicios propios y las que puedan mejorar asegurarnos la perseverancia final.

¡Oh Jesús Niño! Mientras en el establo de Belén comienzas tu carrera mortal entre nosotros, el año que termina viene a recordarme el fin, tal vez próximo de la mía en el mundo. ¡Qué feliz sería si al llegar el último día de la vida estuviera seguro de haber expiado LAS CULPAS con la penitencia, de haber aprovechado TUS BENEFICIOS y de haberme SANTIFICADO de día en día. Por intercesión de María y de José, concédeme EL PERDÓN de los pecados, espíritu de AGRADECIMIENTO y la más entera FIDELIDAD en corresponder a las gracias de toda hora y de todo momento.

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