4 Dic. ¿Cómo aprovechar la Santa Comunión?

Tomado de un libro del Padre Garrigou-Lagrange: Tres edades de la vida interior (2ª parte, cap. 15).
Toda alma que aspire a la perfección cristiana tiene necesidad de vivir más y más de la Santa Eucaristía, no sólo por la asistencia a la Misa, sino por la comunión frecuente y aun cotidiana. Vamos a hablar, pues, de este Pan de vida, y de las condiciones necesarias para una buena y ferviente comunión.


La Eucaristía, pan vivo que descendió del cielo

Nuestro Señor, por la salud de todos en general, no pudo entregarse con más generosidad que como lo hizo en la Cruz; mas tampoco es posible darse a cada uno en particular más amorosamente que como lo hace en la Eucaristía (Jn 6, 35, 41, 51):


"Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, no tendrá hambre, y el que cree en mí, no tendrá sed jamás... Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi misma carne para la vida y salvación del mundo... Mi carne verdaderamente es comida. Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí mora y Yo en él."

De modo que la Eucaristía es el más grande de los sacramentos, porque contiene en sí, no solamente la gracia, sino a su mismo autor. Es el sacramento del amor, por ser el fruto del amor que se entrega, y por tener como primer efecto el acrecentar en nosotros el amor de Dios y de las almas en Dios.

La recepción de la Eucaristía se llama comunión, o sea, íntima unión del corazón de Dios con el corazón del hombre, unión que nutre al alma y sobrenaturalmente la vivifica, y aun la deifica en cierto modo, al aumentar la gracia santificante, que es participación de la vida íntima de Dios. Caro mea vere est cibus: "Mi carne es verdaderamente alimento."

Toda vida creada tiene necesidad de alimentarse; las plantas se nutren de los jugos de la tierra; los animales, de las plantas o de otros animales; el hombre da a su cuerpo los alimentos que le convienen; mas a su espíritu lo nutre de verdad, sobre todo de verdad divina; y a su voluntad ha de nutrirla de la divina voluntad, si quiere conseguir la vida eterna. En otros términos: el hombre debe, sobre todo, alimentarse de fe, de esperanza y de amor y caridad; los actos de estas virtudes le merecen acrecentamiento de vida sobrenatural. 

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